El Buen Pastor

El Buen Pastor

Monseñor Jean de Saint Denis

Presencia Ortodoxa n ° 16 – p. 212

En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo…

Podríamos hacernos la pregunta: ¿por qué nosotros, cristianos del siglo XX, nos instalamos aún sobre imágenes que no están acordes a nuestra vida?

¿Quién de nosotros encuentra en su vida pastores o rebaños?

¿Para qué conservar en nuestra religión estas imágenes de pastores, de ovejas que no pertenecen más a nuestra época tecnológica, sobre todo para los hombres de ciudad que ni siquiera distinguen las estaciones del año?

¿Es arcaísmo inútil? No sería preferible, en lugar de nombrar a Cristo: el “Buen Pastor”, llamarlo por ejemplo: “Führer”, “Presidente”, o lo que sea…

¿Por qué razón conservar esta “pastoral” romántica? Es particularmente indispensable hacernos esta pregunta en nuestra época.

Los símbolos, las imágenes, los iconos encierran “lo eterno”, inclusive si nuestra civilización cambia. El simbolismo está grabado instintivamente en nosotros, ya sean imágenes o formas.

Los símbolos de la oveja, del pastor no son primitivos o caducos; ellos conservan su valor.

Cuando consideramos los símbolos: un pastor, un báculo de pastor, estamos tocando un símbolo perenne que no ha caducado, grabado en las profundidades de un pueblo…

Desde la aurora de la humanidad, las Escrituras nos señalan dos tendencias, dos actitudes en el hombre; ellas se reunirán en Cristo porque, Cristo no es solamente el Pastor; la Biblia nos presenta por un lado una civilización y una mentalidad pastoril: Abel, y por otra parte un espíritu sedentario, atado a la tierra: Caín.

Rabelais aunque fuera cura no era infalible, estaba equivocado; su relato de los corderos de Panurge es inexacto: las ovejas conocen su nombre y a su pastor.

Es en este hecho que Cristo basa su Evangelio subrayando que Él es el Buen Pastor y que nosotros somos sus ovejas, pero también su rebaño, juntó la palabra “razonable “, es decir consciente, un rebaño consciente, no inconsciente, arraigándonos así en una visión simbólica y real del destino del mundo.

De pronto el Cristo declara: «El Buen Pastor da su vida para sus ovejas… Yo soy el Buen Pastor». ¿De qué pastor habla? ¿Del pastor histórico? El pastor histórico es el icono del Pastor eterno, porque Abel es el primer sacrificado, el primer mártir.

Cuando Cristo dice que da su vida, piensa en su muerte como Buen Pastor, releliga al martirio esta cosa oprimente que no se puede definir, a esta cultura libre, contemplativa, consagrada a conducir los rebaños a los pastos.

Los salmos – tan a menudo cantados entre los Protestantes: «El Señor es mi pastor» del salmo 23 y 80: «Presta oído, Pastor de Israel», manifiestan hasta que punto todo se se sostiene en la Biblia cuando se penetra sobre un modo concéntrico. Ezequiel 34, Jéremías 31, Isaías 44, Mateo 9 y 26, Pablo en sus epístolas en Timoteo y a los Hebreos, la 1era epístola Católica de Pedro, entre otros aseguran este enlace de los salmos con la estructura de la profecía.

¿Cuál debe ser la actitud de una oveja del rebaño cristiano, deseosa de seguir a Cristo?

Acaso Él no añadió: «¿Todavía tengo otras ovejas que no son de este redil?» Cristo hace la pregunta sobre los que están en la Iglesia y los que no están allí. Cristo no dice que debemos traer estas ovejas, sino: «Yo debo traer a las que no son de este redil».

¿Entonces, cuál debe ser nuestra conducta? Nunca perder de vista que la plenitud del rebaño, de los que pertenecen a la Iglesia y de los que no están allí, se cumplirá cuando todos seamos reunidos.

Nosotros no somos la totalidad, somos sólo una parte. ¿Qué significa esto?

Esto nos obliga a permanecer fieles al mensaje de la Iglesia, a no someterla a las “corrientes de aire del mundo”, sino al contrario permanecer en el redil y, fieles a este redil: la Iglesia, fieles a la voz de nuestro Pastor, el Cristo, sin olvidar que los otros deben venir para que podamos decir nosotros somos el rebaño único.

Aquí se interponen dos problemas falsos: querer reunir a los que están fuera de la Iglesia sacrificando a los que están en el interior, o, creer que estando en el redil podemos burlarnos de otros ya que estamos los salvados y los otros pueden perderse.

La parábola del Buen Pastor nos da la verdadera tonalidad: miembros del rebaño del Cristo, sin embargo, no somos el único rebaño.

Es una actitud de respeto hacia los “diferentes a nosotros” y, simultáneamente fidelidad y firmeza con el fin de evitar los elementos exteriores, susceptibles de penetrar en el Divino Redil.

Es la lucha contra dos peligros: el fanatismo: «nosotros somos todo!» o el liberalismo: «queremos hacer la obra del Cristo».

¡Cuánto quisiéramos que el Evangelio fuera un solo Rebaño bajo un solo Pastor!

¡A Él sean el honor y la gloria por los siglos de los siglos!

¡Amén!