Cartas pastorales Navidad

Carta Pastoral para la Fiesta de Navidad del año 2013

a los fieles y clérigos de la Iglesia Católica Ortodoxa de Francia
en este día memorable del nacimiento de Cristo.

¿Por qué la fiesta de Navidad, la Natividad, conmociona tanto al universo y no solamente a los cristianos?

Porque responde y está ligada a dos expectativas de los hombres y de la creación:

– a la larga espera de la Antigüedad, desde antes de la venida del Hijo del hombre,
y
– a la espera actual, después de su llegada, por la naturaleza entera que gime en este tiempo por la manifestación plena de «la libertad gloriosa de los hijos de Dios».

Recuerdénlo – o apréndanlo, si no lo sabían.

En los orígenes, desde la ruptura con el Creador, cuando los hombres se apartaron de la intimidad divina proyectándose y dispersándose en la creación, se entregaron a la persecución del espíritu del maligno.

Éste, autor de la ruptura y feroz por naturaleza, se dedicó – y se esfuerza siempre – en tomar el lugar de Dios ante los hombres. Él parasitó así toda la Antigüedad creando las religiones falsas y suscitando en el corazón de las civilizaciones sucesivas el orgullo para sustituirse a la proposición divina de comunión entre Dios y el hombre.

Este deseo y actividad de los espíritus caídos asociados a la nostalgia, en el hombre, de la presencia divina, crearon una antigüedad de “temor” cada vez más acuciante. La humanidad, buscó una salida al temor:

– entre los hombres, tales Job, Boudha…se estableció la necesidad de un mediador para reencontrar, si es posible, la verdadera relación entre el hombre y Dios;

– entre las mujeres – donde se puede contar las civilizaciones, las razas, las naciones – se preparan a engendrar a este mediador, sin simiente de hombre, sino con la simiente divina. Ellas fueron las vírgenes-madres de la Antigüedad.

El desenlace se produjo después de inmensas tribulaciones. ¡María engendró al Mediador, a Jesús! Él quebró la influencia de los malos espíritus y devolvió a los hombres el poder de reconquistar su autonomía a pesar de su sujeción a los elementos físicos, psíquicos y espirituales de la creación.

Esto hace de Navidad la liberación de la esclavitud espiritual de los pueblos. Esto hace exultar los corazones conscientes e inconscientes. ¡Es Navidad!

Navidad, entonces, introduce e inaugura la segunda espera, la de la naturaleza entera

– visible e invisible – que se alía al Cristo, al bautismo en el Jordán (llamamos este misterio la alianza entre Dios y la naturaleza, Teofanía), para ayudar a la humanidad a reconquistar su libertad.

Vivimos este período, período de lucha con la ayuda divina y con la de la naturaleza generosa para volver a ser hombres sin pecados, santos, y para arrastrar entonces toda la creación hacia la conquista del Reino de los Cielos.

Por Navidad, toda la creación, la humanidad en su centro, siente la experiencia indecible del Dios Creativo quien se hace criatura con el permiso humano – el de María, la obra maestra humana – para liberar (la creación) de todo sometimiento interior y exterior y devolver al hombre su realeza sobre sí mismo y sobre la creación.

Este hombre real, con Jesús, es cada uno de nosotros y también todos los hombres juntos.

Consideren este misterio y hagan de estas dos esperas que se entrelazan en Navidad, el pedestal de la paz y de la alegría posibles.

« ¡Porque Dios está con nosotros!»

Vuestro bendiciente,
Obispo Germain de Saint-Denis

nativité

Natividad

(Atelier Saint-Luc, vers 2000)

Carta Pastoral para la Fiesta de Navidad del año 2011

a los clérigos y a los fieles amados de Dios
de la Iglesia Católica Ortodoxa de Francia

Cuando al final del año nos convertimos, con María, ” en las entrañas ” de la humanidad para recibir y hacer nacer en nuestra raza al Hijo de Dios, en este mismo tiempo nuestros contemporáneos designan el fin de año con el nombre de “Fiesta ” o ” las Fiestas “. Así, curiosamente ellos transponen la relación entre el cielo y la tierra con la relación entre la naturaleza y sus habitantes como, por ejemplo, sucede ahora en Lyon. ¡Esta ciudad sustituye la celebración de la Concepción de María (el 8 de diciembre) por una «fiesta de las luces»!

De manera extraña, actualmente se le pide o exige a la naturaleza física que nos proporcione lo que los misterios de Dios dispensaban antes, desde el Cristo, es decir, la paz, la alegría y a veces hasta la gracia de la cual María queda llena cuando el ángel se dirige a ella en Anunciación.

Ahora desde octubre se preparan las fiestas, hasta dándoles el nombre de Navidad y tratamos de celebrarlas hasta enero, esperando que los ojos, las orejas y el vientre encontrarán allí admiración y satisfacción.

Esta transferencia o renovación, según el punto de vista, se establece alrededor de Navidad que muestra bien que este “Nacimiento”, en plena noche física, cuando la tiniebla exterior es preponderante, no deja de tocar y de pertubar los corazones y los espíritus. Inconscientemente emocionados en su espíritu – ese silencio que habla – los hombres hacen dé la naturaleza el museo y el testigo del acontecimiento más grande de la historia, el de la irrupción en el tiempo y en el espacio, en los condicionamientos humanos, del Dios del tiempo y del espacio, este dios paradójicamente ocupado en adaptarse a esta humanidad.

Las “fiestas” develan así la nostalgia humana de la victoria de la luz sobre las tinieblas. Ellas descubren la benevolencia de la naturaleza que proporciona a los hombres, a través de ritos exteriores, el gusto de lo bello, lo bueno, lo verdadero y de la caridad divina. Estas fiestas transportan así la dulzura y la humanidad de Aquél que viene sin forzar a nadie y que aniquila su divinidad hasta el seno de la mujer para elevar al hombre a una vida sin sombras.

Los exhorto, como a mí mismo, a ejercitarse y acostumbrarse a leer los misterios en los comportamientos de nuestras civilizaciones – las que aparecieron desde la llegada de Emmanuel – sobre todo en los tiempos actuales cuando nos acercamos cada vez más al cumplimiento de los tiempos que revelarán plenamente lo que es el hombre.

Al contemplar así nuestras existencias, sus crisis, sus gracias y desgracias a la luz de los misterios – en este tiempo, la luz es la luz de la Navidad del hijo de la Virgen, Jesucristo – podremos discernir en ella la presencia y la acción divina hasta en nuestros menores actos y pensamientos. Y los que habrán purificado su corazón y su espíritu introduciendo de esta manera la providencia en su vida cotidiana, vendrán espontáneamente para aportar su ofrenda a tiempo a la fiesta, en Navidad, con los pastores y los magos a Aquél que, siendo Dios, experimenta la infancia maravillosa de la humanidad. Éstas personas, ni optimistas ni pesimistas, encontrarán y verán en el seno de su vida – cualquiera que sea – lo que produce la paz en el universo en su historia personal: ellos verán la verdadera relación entre lo humano y lo divino sin competencia ni dominación de uno sobre el otro.

Todos ustedes, hijos de la Iglesia canten ahora con alegría:

«¡Tu Nacimiento, oh Cristo, Dios nuestro,
hizo resplandecer en el mundo
la luz del conocimiento»!

Vuestro bendiciente,
Obispo Germain de Saint-Denis

Carta pastoral para la fiesta de Navidad 2010

a los bien amados fieles y clérigos
de La Iglesia Católica Ortodoxa de Francia

Cuando Abraham, el padre de la fe, creyó en Dios y en lo que le dijo, no apoyó su fe en ningún criterio. En efecto, tuvo el coraje de pensar y de actuar contra la evidencia. Abraham entró en la certeza sin apoyo alguno, sin ninguna prueba. Esto invirtió el mundo que pasó de la fatalidad a la fidelidad, abriendo así las puertas a la llegada del Hijo de Dios en la humanidad, ya que la humanidad no vacilaba, en el mismo Abraham, en entregar su hijo a Dios. El sacrificio de Isaac por su padre es el primer acto de la Navidad: el Creador recibe de la criatura el permiso de juntarse con ella. En los riñones del patriarca se inscribe el programa divino: ¡ya que me das a tu hijo, dice Dios, Yo te daré al mío y hasta lo daré a tu posteridad, en el tiempo favorable de María!

Numerosos son los hombres que contradicen en actos este comportamiento de Abraham.

Persuadidos en conciencia y por la evidencia de la falta de realización contemporánea de los oráculos y de los pensamientos divinos, se precipitan para salvar el honor del Dios. Ellos suplen la carencia visible de la acción divina y realizan “algo” para que finalmente Dios tenga una reputación y una apreciación honorable entre los hombres, y hasta en su propio corazón. Estos hombres se parecen a Sara, la esposa de Abraham, que empuja a la criada en los brazos de su propio esposo con el fin de que le de un hijo que ella misma, estéril, no puede proporcionarle. Este tipo de realización crea una fatalidad que mata la fe victoriosa a pesar de la evidencia, que cierra la puerta a Dios, aniquilando toda oportunidad de la Navidad. La gloria de Abraham, nacida de su corazón, es comenzar la liberación del hombre fuera de las leyes objetivas que pesan sobre él. La sujeción definitiva de los hombres a los elementos del mundo es quebrada y, de esta fe, nacen las parábolas históricas que explican a cada uno cómo librarse de las contingencias de la misma historia.

¡Así, que ninguno desespere! Detrás de la vida ordinaria se abre el destino inmenso de los hombres, este encuentro único de todos los días, que abre a Dios la gruta del corazón y prepara el segundo Advenimiento. En la absurdidad podemos siempre decir: «No puedo hacer nada pero sí puedo amar siempre gratuitamente a Dios». Aquél que salta el muro por amor y no por agitación recibe el verdadero conocimiento y entonces Dios se burla de los hombres de fatalidad, como se burló de Sara la estéril dándole un hijo, dando su Hijo al mundo por María.

En el mundo animado, agitado, sobrecargado por el gusto parcial y por las preferencias – de la materia sobre el espíritu o de lo humano sobre lo divino – de pronto pueden aparecer las Navidades, porque un hombre, como Abraham, ha quebrado la prisión de las realizaciones de este siglo por la fe incondicionada, más allá de todo concepto o de toda experiencia.

Dios en su paciencia espera, para inseminar a cada hombre, allí donde se encuentra, el “salto” de la fe. En seguida que es realizado, este salto permite el Emmanuel, Dios con nosotros.

Cantemos juntos al Hijo de la Virgen, a Jesús, venido por la puerta de Abraham que abre paso a la Ressurección. Por la Navidad, Dios nos alegra a todos. ¡Alléluia!

Vuestro bendiciente,
Obispo Germain de Saint-Denis