El Sermón de la Montaña

EL SERMÓN DE LA MONTAÑA

Monseñor GERMAIN DE SAINT – DENIS

CONFERENCIA

Las Bienaventuranzas

Nos encontramos sobre la montaña, con el Cristo, los Apóstoles y la multitud; el Cristo da una enseñanza que es una sabiduría para vivir la vida cotidiana, y comienza – en el Evangelio de San Mateo, donde esta enseñanza está más ampliamente descripta – por las NUEVE BIENAVENTURANZAS.

“ Viendo a la muchedumbre, sube al monte, se sienta y sus discípulos se le acercan. Y tomando la palabra, les enseña diciendo:

Bienaventurados los pobres por el espíritu, / porque de ellos es el Reino de los cielos.

Bienaventurados los mansos, / porque ellos heredarán la tierra.

Bienaventurados los que lloran, / porque ellos serán consolados.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, / porque ellos serán saciados.

Bienaventurados los misericordiosos, / porque ellos alcanzarán misericordia.

Bienaventurados los puros de corazón, / porque ellos verán a Dios.

Bienaventurados los pacificadores, / porque ellos serán llamados hijos de Dios.

Bienaventurados los perseguidos a causa de la justicia, / porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Bienaventurados seréis cuando os insulten, os persigan y digan falsamente todo mal contra vosotros por mi causa.

Alegraos y regocijaos, vuestro salario será abundante en los Cielos.

De la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros”.

(Mat. 5, 1-12).

Esto nos da el carácter de esta enseñanza; porque el Cristo no dice “ si vosotros os hacéis pobres de espíritu tendréis más tarde el Reino de los Cielos”, sino que dice: “Bienaventurados los pobres de espíritu” y “ el Reino de los Cielos es de ellos”, ahora.

Hay una especie de herejía, que se expresa de esta manera: “Si ustedes cumplen con tal o cual cosa recibirán cosas buenas más tarde”.

¡No! El Reino comienza inmediatamente; y si ustedes se enraízan en esta enseñanza, si la ponen en práctica, si se adaptan al mandamiento, entonces el Reino está ahí, ¡ya! Y no más tarde.

Cuando San Juan Crisóstomo comentaba lo que acabamos de leer, decía:

“Es el programa de Cristo, pues ÉL vino para felicidad de la humanidad. Si se ha cumplido el programa la muerte está aniquilada, el mundo está transfigurado y no hay necesidad de morir. Pero no cumplimos, entonces Cristo inventa un segundo método que es la Muerte y la Resurrección”.

Esta es la mayor enseñanza que el Cristo haya dado jamás. Es decir, que el carácter del Sermón de la Montaña es una enseñanza de felicidad en la tierra, inmediata y que corresponde a otras enseñanzas del Cristo en el Evangelio: “ Mi yugo es bueno mi fardo es liviano: Venid a Mí, los que estáis cansados y sobrecargados y Yo os aliviaré”; El Reino de los Cielos está en vosotros”; Aquélque Me ama, Mi padre y Yo vendremos y haremos en él nuestra morada”. Repito: toda la tradición patriótica y ortodoxa insiste en lo que vamos a tener en el futuro lo tenemos ya. Por ejemplo, San Serafín de Sarov decía: “Comenzad y ya habréis llegado.”

Al terminar las Bienaventuranzas el Cristo dice: “Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa va a ser grande en el Cielo”; y esto, sin duda, contradice lo que acabo de decir, porque aquí el Cristo dice: “va a ser en el Cielo” y entonces ¿qué pensar? Simplemente, que el Cristo piensa en los Cielos Nuevos que vendrán, más allá de la muerte, pero también en los Cielos que están en nosotros, o sea en nuestro espíritu, porque nuestro espíritu pobre es el Cielo.

Esta enseñanza es una práctica, una sabiduría para vivir, y al terminar el sermón de la montaña el Cristo mismo dice: “el que escucha estas palabras y las pone en práctica es un hombre sabio que ha construido su casa sobre una roca”. Dice una cosa simple: Escuchad mis mandamientos, primero, escuchad la sabiduría y si los ponéis en práctica entonces vuestra existencia está sólidamente construida; y aquel que no escucha no tendrá esa estabilidad. Y al final agrega: “Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, se asemejará a un hombre sabio que edificó su casa sobre roca; cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y dieron contra aquella casa, pero ella no cayó porque estaba cimentada sobre roca”.(Mat. 7, 24 –25).

Si esta enseñanza se pone en práctica uno está preservado de las calamidades y se introduce la paz y la felicidad. Muchos cristianos han cultivado en la vida una actitud trágica o triste. Porque la religión es una cosa triste: si no, ¡no va! ¿No es así? (Risas). Se identifica la religión con la tristeza o con una pequeña actitud compungida.

Monseñor Jean contaba una historia muy linda: cuando él era joven, tenía que encontrarse un día en un andén de estación con un grupo de muchachos cristianos para charlar, pero no los conocía. Entonces observó: pasó una banda de muchachos fuertes, vigorosos, alegres y sueltos, fue hacia ellos… ¡y no era un grupo de deportistas. Esperó un poco más, y llegó otro grupo de jóvenes un poco disminuidos y tristes, y él se dijo “ ¡ahí están!” y eran. Esta actitud no tiene nada de evangélico. La actitud de aspiración por las pruebas es mala: la actitud que consiste en soportar no es evangélica. Para precisar esto se puede citar a Mateo 5, 25: “Ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al gendarme, y se te meta en la cárcel”. Es práctico, ¿no? Es antitrágico. Si tu adversario es más fuerte que tú, arréglate con él rápidamente, no hagas la guerra. Esto es muy concreto.

La mayor parte de nuestras dificultades provienen de que no aplicamos esos consejos evangélicos.

En el evangelio de San Lucas (8, 21) el Cristo dice: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de dios y la cumplen”.

Cuando escuchamos esta enseñanza podemos desorientarnos un poco, porque hay en ella tantos elementos que uno no sabe por qué punta atraparlos: son una especie de bloque.

Es preciso saber que un solo precepto realizado y puesto en práctica construye la casa sobre la roca; porque de hecho esta práctica consiste en descubrir cómo debemos construir nuestra casa de manera que no haya obstáculos para que el Espíritu Santo penetre en nosotros y en nuestro adelanto espiritual.

Tal vez una observación (sirve en Europa y debe servir aquí también): hay mucha gente, entre los jóvenes y los viejos, y particularmente en estos tiempos, que se han aventurado en experiencias místicas de contemplación y meditación, a veces durante largo tiempo y muy vigorosamente. Y de golpe el impulso se quiebra casi sin razón; llegan circunstancias imprevistas y encontramos a hombres un poco desamparados, mal armados, mal defendidos, que pierden el equilibrio y que después de mucha ascesis y mucha oración de pronto caen y no saben por qué.

¿No les pasó nunca algo así? ¿No conocieron eso?

Respuesta – sí.

Monseñor – ¿Por qué? Simplemente, porque no han construido sobre la roca, es decir que no han construido sobre los mandamientos del Cristo.

Repito: Un solo mandamiento en ese sentido de construcción basta para dar solidez.

¿Alguno de ustedes han conocido a Lanza del Vasto? Lanza puso en práctica un mandamiento ¿cuál?

Respuesta – Bienaventurados los mansos… La no – violencia.

Monseñor – Sí, eso es: la no – violencia. Un solo mandamiento, y eso le dio una gran solidez a su vida y a la de los que lo siguieron verdaderamente. En cuanto uno o dos preceptos se ponen en práctica, los otros se suman: es como un cortejo; se tira de una punta y todo el resto avanza.

Un monje asceta de Egipto, San Macario, decía: “Dios debe llegar a la vida del hombre”. Cuándo se recibe a alguien – una persona, un obispo, o una Margarita – ¿Qué se hace? Se ordena la casa, se quita el polvo; se arreglan los sillones… Y si Dios tiene que llegar, arreglemos nuestro interior. Pero San Serafín de Sarov dice: “Cuando Dios ha llegado, no debemos continuar ordenando y barriendo”. Es una cuestión psicológica; hay muchas personas que olvidan esto y cuando llegó un invitado hacen notar que el interior no está en orden, y eso es algo que no se debe hacer. Porque si el Sermón de la Montaña pone orden en la casa, el invitado es Dios, y puede llegar muy rápido o mucho tiempo después.

Si llega muy rápido y no se ha cumplido el programa de orden previsto, y Él está ahí y se sigue barriendo y limpiando… ¡es idiota! La ascesis, la puesta en práctica del mandamiento, se detiene cuando se ha obtenido el resultado. Dios es muy capaz de poner su orden en nuestro desorden. Esto es un arte de vivir: cuando el invitado está ahí, se termina el barrido, se come, se debe, se ríe y se habla. A veces invocan a Dios diciendo: “ ¡Señor ven!” Y el señor está ahí, y sigue diciendo: “ ¡Ven, ven ¡” y San Serafín dice: “ ¡Basta! Ya está ahí”. Sí, se tiene la manía – que es una cosa del alma – de dudar de los resultados de nuestra organización interior. Entonces, organicemos y tendremos los verdaderos frutos de la vida espiritual; pero es algo totalmente claro que si no se sigue ese ordenamiento, aunque se reciban gracias inmensas, se va a encontrar uno en grandes dificultades y nuestro ser quedará perturbado. Repito: llegará un momento en que el hombre será celestial y caerá por una cosita imprevista, y después la vida será peor que antes. Entonces dirá: “¡Señor, si hubiese sabido no hubiese venido!”. Yo conozco esas cosas y las veo en la iglesia; hay hombres que llegan – hombres y mujeres – y la cara del padre Jaques los ilumina, o el espíritu santo los ilumina mejor (¡quizás!) Porque es más capaz que el padre Jacques, o la liturgia los ilumina, y el cielo se les abre; luego, pasa un año, seis meses, dos años y la cara del padre Jaques no les gusta más, ¡la liturgia se cierra, y no pueden soportar a nadie! Y entonces se van. Hay muchos casos así: no se ha trabajado bastante sobre sí mismo. Y a menudo digo a tal o cual persona: “¡Es mejor que no vengas más!”. ¡Sí! Porque no trabajan sobre sí mismos. Y un día se produce el fenómeno siguiente: ellos a pesar de todo, se nutren en la iglesia con los sacramentos; los sacramentos nutren al hombre viejo y al mismo tiempo están destinados a renovarlo y a hacer un hombre nuevo; pero ellos utilizan las energías de transformación para engordar al hombre viejo y eso automáticamente produce la cólera y en ese caso es mejor que no vengan mas a la iglesia.

A nuestra vida llegan pequeños imprevistos que nos hacen caer estrepitosamente. Se cuenta la historia de un monje que no podía soportar mas a los monjes del monasterio; todo le molestaba. ¿Que hizo? Se fue del monasterio y dijo: “voy a vivir como solitario en una gruta”; tomó su esterilla y se fue a instalar a la gruta. Cuando se estaba instalando se engancho los pies en la esterilla, se cayó y dijo: “¡…!”. “ Y furioso regresó al monasterio (risas). La esterilla fue lo imprevisto.

Distinguimos, pues, tres dificultades:

A menudo hay una irrupción de la gracia en las personas y de pronto sobreviene la caída: es por falta de organización interior. No se ha puesto en práctica porque muchas veces no se sabe que hay que hacer.

Hay una segunda dificultad: muy a menudo los hombres confundimos, en nosotros, la persona y la función. Por ejemplo: yo soy obispo; es mi función, pero también está mi persona. Celina es profesora: es su función por accidente, pero está también su persona. Daniel es diácono y baterista, pero eso es su función; él tiene su persona. Y en la existencia la gran dificultad estriba en confundir a la persona con la función; pero ellas son distintas. Un ejemplo en el Cristo: está en las bodas de Caná y no hay más vino. Todos conocen el episodio. Él dice: “Yo no vine para eso, los asuntos de vuestra bodega no me conciernen”. Él estaba allí personalmente, pero para lo que tenía que cumplir, o sea su función, dijo: “Mi hora no ha llegado todavía”. ¿Está claro? A menudo nosotros confundimos ambas cosas y eso nos trae muchos perjuicios.

La tercera dificultad con que nos encontramos es la incapacidad para encontrar nuestro lugar, ya sea en el mundo, ya sea en la Iglesia. Y como no encontramos nuestro lugar, llega el cortejo de celos, desórdenes, acusaciones, etc.

El Sermón de la montaña de todo lo que es necesario para franquear este tipo de obstáculos. Repito: El Cristo no da, en lo que estamos viendo, verdades abstractas, sino una sabiduría cotidiana y podemos encontrar una multitud de respuestas dentro de este Sermón. Les voy a dar ciertos puntos de referencia. Habéis notado que comienza ante la multitud y su enseñanza está rimada: anuncia nueve Bienaventuranzas, y estas nueve Bienaventuranzas son paralelas a las nueve Jerarquías Angélicas y a los nueve planos interiores del ser humano, nueve planos de penetración cada vez más profunda. Y como lo hacían notar los Padres de la Iglesia la novena Bienaventuranza es la de María. ¿La habéis oído?

“Bienaventurados seréis cuando os insulten, os persigan, y digan falsamente todo mal contra

nosotros por mi culpa. Alegraos y recocijáos vuestro salario será abundante en los cielos”.

Es la Bienaventuranza de María: no hay personaje que no haya sido más atacado por la historia que ella.

¿Estas Bienaventuranzas se basan en el Antiguo Testamento? ¿Les parece?

No se basan formalmente, pero hay alusiones y reminiscencias. Y ésta debería ser la actitud de todos los cristianos: alimentarse con la Escritura Santa, pero no basar todo solamente en la Biblia. Se ve que la enseñanza del Cristo de basa en la tradición bíblica, pero al mismo tiempo se basa sobre algo diferente de la Escritura: sobre la Naturaleza.

El Cristo dice: “¡No quiero sacrificios!” Y eso es la Escritura; y al mismo tiempo dice: “Mirada los pájaros del cielo”, eso es la Naturaleza.

Entonces, hay dos fuentes inferiores del conocimiento y de la enseñanza, que son: La Biblia y la Naturaleza. Y digo que son fuentes inferiores porque la fuente superior es Dios mismo. Un cristiano debe alimentarse tanto de la Escritura como de la Naturaleza, y tanto de la Naturaleza como de la Escritura: tiene necesidad de las dos. El Cristo dice: “¡En tu destino está ya inscripta la Escritura!”. Destino, que es en este caso análogo a la Naturaleza, y Escritura.

“Y del vestido ¿por qué inquietaras? Mirada los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es, y mañana se echa al horno, Dios así la viste ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de fe pequeña?” (Mat.6, 28-30).

Una vez más: Naturaleza y Escritura. Entonces hay dos Biblias: mi vida y la Biblia. Deben considerar su vida como una Escritura, y la Escritura como su vida. Y no nos hagamos ilusiones: tenemos la misma dificultad para comprender y estudiar las Santas Escrituras que la Naturaleza. (Eso hay que decírselo a los sabios contemporáneos que estudian la Naturaleza). Hay un equilibrio entre la Naturaleza y la Escritura que es indispensable percibir.

Otra observación: ¿Cómo comenta la Ley de Cristo? Dice por ejemplo: “Vosotros sois la sal de la tierra”; y si es verdad, no tenemos necesidad de la Ley, porque no son palabras superficiales. Pero de pronto dice: “No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas, sino a cumplirlos”. Es una lógica curiosa. Dice: “No se abroga la Ley, no se derogan las leyes”. Y agrega: “Lo que Yo he dicho, es para que comprendáis la Ley de una manera espiritual”.

Y otra observación: El Cristo no dice: “Yo, el Cristo, no puedo perdonar” o bien “Yo puedo perdonar”; dice : “Vosotros sois dignos de juicio, o del Sanhedrín, o de la Gehenna”. No dice lo que Él puede hacer, sino que muestra las consecuencias de cada actitud de los hombres. Y toda nuestra tarea consistirá no en abolir sino en cumplir, en realizar. Las situaciones en la vida del hombre no son abstracciones y somos capaces de hacerles frente. Repito: esta enseñanza ha sido dada para ser practicada y se basa en la Escritura y la Naturaleza. Y el Cristo agrega: es lo que ustedes pueden hacer, algo concreto, práctico, pero no extraordinario ni heroico.

Ahora, abordemos directamente después de la corona de las nueve Bienaventuranzas, el capítulo 5, 13-16 de San Mateo:

“Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal pierde su sabor ¿con qué se la salará? Ya no

sirve nada más que para tirarla fuera y ser pisoteada por los hombres.

“Vosotros sois la luz del mundo. No puede estar oculta una ciudad situada en la cima de

un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín, sino

sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra

luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro

Padre de los Cielos”.

– Lo que acaban de oír es la introducción, la preparación para la realización del programa de las nueve Bienaventuranzas. El Cristo da las nueve Bienaventuranzas y después de decir como llegar a ellas, cuál es el instrumento de la realización.

¿Cuál es el instrumento para la realización? Es uno mismo; eres tú, es él, es cada uno de nosotros.

Nuestro instrumento para adquirir el Reino es nuestro ser entero: físico, psíquico, espiritual. No es nuestra inteligencia solamente, ni nuestra psiquis sola. El instrumento para realizar las Bienaventuranzas, que es universalmente apto, es: nosotros mismos. El Cristo no dice tal o cual hombre, sino que dice “ Vosotros”, sin ninguna distinción, no dice tal categoría de hombres, no los anuncia sólo a los hombres, o a las mujeres, o a los niños, sino a todos.

Después el Cristo precisa la naturaleza de ese instrumento: “Vosotros que sois la sal de la tierra y la luz del mundo”, es decir: lo interior y lo exterior. Este instrumento está adaptado a la tierra y es apto; nosotros somos aptos, no somos aptos, no somos abstractos; somos consubstanciales con el mundo; ni subjetivos ni objetivos, sino adaptados.

Por lo tanto ¡atención en el cumplimiento, en la realización de la vida, con lo que es artificial, con la moda, etc.! Algunos quieren estar en la corriente, pero no vale la pena querer estar en la corriente, porque estamos en ella de todos modos. “Sal de la tierra y luz del mundo”.

Cuando el Cristo emplea las palabras “tierra” y “mundo”, eso significa que los hombres tienen como destino la conducción de la tierra y todo lo que en ella se encuentra. El hombre puede gobernarse a sí mismo y gobernar el mundo inferior a él. Y esto es un pensamiento divino y creador. Recuerden el relato del Génesis: el hombre nombra a los animales, está adaptado al mundo y eso es una cosa tremendamente poderosa.

Pero se ve que la humanidad en general está designada aquí por el Cristo bajo el nombre de “tierra y mundo”, y lo que es interesante es que el Cristo quiere decir que la humanidad incluye la creación, la tierra, o sea lo que es obra divina; y al mismo tiempo comporta la civilización, o sea lo que es obra de hombres.

La tierra y el mundo son, una, obra divina y otra, obra humana y por eso los discípulos del Cristo tienen la característica de salar la tierra e iluminar el mundo. O sea, cultivar, hacer un jardín en toda la tierra, injertar la sabiduría y sembrar el Conocimiento; y también iluminar las culturas y las civilizaciones, descubrir las situaciones y las relaciones en el seno de las relaciones humanas. Nosotros somos “hijos” capaces de adquirir la Sabiduría y la Inteligencia y al mismo tiempo transmitirlas. ¡Somos capaces! El Cristo lo ha dicho: sois universalmente capaces y podéis adquirir, puede obligar al mundo a realizarse, pero comenzad por vosotros mismos.

¡No somos inferiores a la tarea! Por ejemplo: acabamos de festejar a Santa Teresa de Avila – y Celina se ha enamorado de Santa Teresa – y Santa Teresa realizó muchas cosas. Se podría decir: ¡Bueno, pero fue un ser excepcional, recibió dones excepcionales, y qué queréis, se dio así, tal vez por decisión divina, o porque sus abuelos se portaron bien y tuvo una buena herencia! Esta es una mala reflexión, porque en el fondo Santa Teresa es un personaje como nosotros y nosotros somos como ella y todos somos igualmente capaces: es una capacidad universal. Lo que no quiere decir que debemos cumplir las mismas realizaciones que ella, porque el Sermón de la Montaña muestra una cosa muy simple: no hemos venido para realizar grandes cosas, sino pequeñas cosas que pueden transformar todo.

A propósito de la tierra el profeta Isaías dice: “Cielos, prestad oídos; tierra escucha”. ¿Qué hace el profeta? Se dirige a la naturaleza, los cielos y la tierra, antes de dirigirse a los hombres, de la misma manera que el Cristo salva a la naturaleza en su Bautismo en el Jordán antes de salvar a la humanidad sobre la Cruz y por la Resurrección.

Aquí, en el Sermón de la Montaña, sin explicar nada, el Cristo expresa la gloria del hombre en los elementos terrestres y en los elementos celestiales antes de hacerlo a partir de los elementos humanos. Es decir que por los elementos de la creación y por los elementos de la civilización, – o sea a través de la naturaleza creada y de la vida de las ciudades – el hombre puede justificar el mundo sin ninguna intervención divina. Solamente la naturaleza – la naturaleza humana y la naturaleza exterior – por la actividad de la humanidad, de las civilizaciones, y las culturas, puede caminar muy bien sin ninguna intervención divina. Porque a menudo se piensa: ¡Pero si es Dios el que puso en marcha el mundo! Por ejemplo, ¡si Dios es el que creó a este diácono! Y ¡ahora es necesario que lo ayude a hacer su camino! Pero el Cristo dice en el Sermón de la Montaña: No tienes necesidad de Mí, ¡estás adaptado! Eres “la sal de la tierra y la luz del mundo”.

Y cuando el profeta dice: “Cielos, prestad oídos; tierra, escucha”, quiere decir que la creación es apta para su propia transformación. O tal vez digámoslo de otra manera: el hombre posee todo lo necesario para dirigirse hacia lo inferior que es la tierra y hacia lo superior que es Dios.

El Cristo habla aquí, en el Sermón de la Montaña, de tal manera, que se tiene la impresión de que todo está permitido, pero todo no es útil”.

Se ve que esta libertad es la base esencial de nuestra conducta en el mundo. ¿Qué es? Es el no-condicionamiento. El hombre libre es el hombre no-condicionado, ni por la tierra, ni por el mundo, ni por los acontecimientos, ni por sus pasiones.

Yo conozco muchas personas que dicen: “He aquí que vamos al encuentro de la guerra”, y comienzan a conducir su vida por la potencialidad de una guerra futura, es decir que se condicionan por los acontecimientos. Otro ejemplo: ¿alguno de Uds. tiene una opción política? Probablemente son espontáneamente de derecha o izquierda; y uno se apasiona por esas opciones y de pronto está condicionado. Y yo digo a menudo: “ Si alguien tiene preferencia por la derecha, que frecuente la gente de izquierda, y los tome como padres espirituales; y si tiene preferencia por la izquierda que frecuente a los hombres de la derecha y los tome como padres espirituales, y así no estará condicionado”. ¿No creen ustedes que es un buen método?

En el fondo, el Cristo dice: “Vosotros estáis fundamentalmente vivos, y esta definición “Sal de la tierra y luz del mundo” es opuesta a la tesis marxista. ¿Conocen al reverendo padre Karl Marx de la iglesia socialista del siglo XIX? (Risas). ¿Saben lo que decía? “La existencia define la conciencia”. Quiere decir: si tienes hambre, tu conciencia estará informada por el hambre. Y para él, la existencia era económica y material. O sea: si tus circunstancias económicas y materiales son buenas o malas, así va a quedar determinada tu conciencia. Y concluye: hay que organizar la economía y el mundo material.

El Cristo por contrario dice: Que vuestra conciencia no esté definida por la existencia; que esté libre de existencia, libre de la tierra, de la familia, etc. Actuad como seres libres. Yo recuerdo que estaba en una iglesia de Francia y un cura predicada sobre la multiplicación de los panes y decía: “ ¿Veis?” El Cristo alimentó a la multitud; y entonces yo os digo: ¡vientre hambriento no tiene orejas! Empezad por darles de comer y después les hablareis de religión”. Entonces yo fui a ver al cura y le dije: Padre, usted ha dicho tonterías; por que lo que ha dicho es que el Cristo los alimento, sí, ¿pero después de cuanto tiempo? Hacia tres días que no habían comido y que lo escuchaban”. El cura había invertido la situación y eso es una mala acción. Y agregue: “Eso es porque ustedes los curas hacen como nosotros: para que nos escuchen tenemos que darles de comer, y cuando estén llenos, no escucharan nada”. Es la tentación del Cristo en el desierto: tiene hambre, Satanás llega y le dice: “Tienes piedras, conviértelas en pan”. Y Jesús le contesta: “No sólo de pan vive el hombre sino de la palabra de Dios”. Eso muestra el desprecio de Satanás por el hombre porque en el fondo quiere decir: No tienes más que darles de comer y después les podrás hablar de los asuntitos religiosos.

El Cristo dice: Actuad como seres libres, como hijos de Dios. Los acontecimientos exteriores y los acontecimientos interiores no son vuestros dueños, y vosotros sois capaces de ser autores de vuestros pensamientos, de vuestras acciones, de vuestro destino.

Hablé un poco mal de Karl Marx, y ahora voy a hablar bien. Porque Karl Marx dijo algo que está muy bien: ¿Qué es la libertad? Es la toma de conciencia de la necesidad”. Quiere decir que el hombre toma conciencia de la determinación del universo. Para Marx la determinación del universo es una cosa, para mí es otra; pero aún así está bien decir que el universo está determinado. ¿Cuál es la determinación del universo?

Pregunta: ¿Para Karl Marx? ¿O para Monseñor? (risas)

Monseñor: – Yo voy a dar mi opinión. El mundo y el universo han sido creados para adquirir el amor de Dios. Para Marx, no sé qué es: pero como Marx es en el fondo un humanista y al mismo tiempo es judío, entonces está influido por la tradición bíblica y no tiene una opinión firme sobre el destino; pero se indignó ante los condicionamientos del mundo obrero del siglo XIX. Y como decía un sociólogo francés: “Karl Marx es un convertido al socialismo pero se olvidó que se había convertido e hizo después una filosofía”. Dicho de otra manera: fue condicionado por la indignación. Pero en el Sermón de la Montaña el Cristo dice: No os indignéis. O más bien: Que eso no os condicione.

El Cristo nos saca de todos los condicionamientos, y afirma: Los condicionamientos no os definen. Los condicionamientos son nuestra psicología, los acontecimientos ciudadanos, las pasiones, nuestra inteligencia, la cara del padre Jacques…… ¡pero eso no nos define! No dice todavía cómo transformar esos condicionamientos; lo va a decir más tarde.

Pero de entrada lo único que dice es: “Sal de la tierra y luz del mundo” y precisa desde el principio: No estéis condicionados. Porque en cuanto estemos condicionados seremos víctimas. Es culpa del gobierno, o del obispo Germán, o de la inflación, ¿no? El hombre es un genio para ser víctima. El Cristo dice: ¡Sed fuentes!

Hace dos años vino una mujer a verme y me dijo: “Señor, mi hija murió en un accidente de automóvil; yo tenía una vida religiosa, pero ahora digo que Dios no existe”. O alguien me viene a ver y me dice: “Fíjese, ¡cuántas guerras hay en el mundo! ¡Usted no va a decir que hay Dios!” ¿Qué pasó? En el primero y segundo casos, la emoción intensa, las potencias del alma, son los condicionamientos.

Es justo emocionarse, pero no es justo concluir que Dios no existe. Es lo que el Cristo dice en el Sermón de la Montaña: ¡que vuestra teología no dependa de vuestros ataques de hígado! Que no dependa de vuestro amor por vuestra madre, o por vuestro gato, o que no dependa de la tragedia de vuestra infancia, cuando estuvisteis rodeados por una madre posesiva o por un padre indiferente; que no dependa de vuestros intereses políticos, o financieros, o intelectuales. El hombre que no tiene la libertad de ser “sal de la tierra” y “luz del mundo” es un hombre dudoso y el cristiano debe distinguirse del mundo. ¿Qué es lo único que nos distingue del mundo? ¡Esa libertad!.

Hagamos una pregunta: ¿dónde manifestó el Cristo la plenitud de esa libertad, visual y palpablemente? Cuando estuvo crucificado en la Cruz. ¡Parece paradójico! Los apóstoles Pedro y Pablo dicen: “Sometéis a vuestros amos, buenos o malos”. Y agregan: “por motivos de conciencia”. No estamos obligados a someternos, pero lo hacemos libremente. Si no nos distinguimos del resto del mundo por esa característica de ser libres, en ese momento no podremos acercarnos más a la vida divina.

En resumen: El Cristo establece la sabiduría y la inteligencia del hombre como base que puede y debe conferirle la libertad interior. Y dice muy claramente: Si los hijos de Dios no tienen sabiduría, serán pisoteados por los hombres, es decir, destruidos. No van a ser destruidos por la tierra, sino por los hombres que no son discípulos, por los filósofos o los ideólogos.

Y por otra parte, si la inteligencia brilla, pero no está escondida, lejos de los hombres, lejos del siglo, entonces no se la verá y se ignorará la fuente de vuestros pensamientos que es el Padre de los Cielos.

Si quieren hacer alguna pregunta, bombardeen al obispo.

Eva: – No hay pregunta. Solamente estoy admirada de la sabiduría del Cristo y de la de Monseñor.

Monseñor: – Experimentalmente encuentro a mucha gente preocupada, angustiada, neurasténica, que muchas veces van al psiquiatra o al psicoanalista, y en el fondo podrían suprimir no todas las angustias, pero sí gran número de ellas, porque su origen es la inquietud por los condicionamientos de la vida exterior, y es una inquietud obsesiva.

El Sermón de la Montaña no dice que las dificultades no existan, pero dice que somos capaces de que eso no nos alimente, aunque estemos prisioneros en esas dificultades.

A fines del siglo XIX en Francia sucedió algo muy lindo; un tío de la familia Kovalevsky, tío de Monseñor Jean y de Maxime Kovalevsky, que era amigo de Karl Marx y que vivía en Francia, un hombre muy culto, hizo una Organización de Caridad con un Presidente de la República, Painlevé); y cuando la Organización fue inaugurada se juntaron todos los fundadores y el señor Kovalevsky se puso de pie y dijo: “Voy a agradecer a todos los fundadores; a los pobres por sus dones y a los ricos por sus buenos consejos”. Cierta pobreza enseña a no estar condicionados.

Hay una antigua letanía de nuestra liturgia que ruega “por los que están privados del lujo de la pobreza”. No hablo de la miseria sino de la pobreza.

Jorge: – Viendo la importancia que tienen las Bienaventuranzas, lo raro es que se leen íntegramente en un solo Evangelio, el de San Mateo; y que en el de San Lucas estén reducidas ¿Por qué los otros Evangelios, incluso el de San Juan, no hacen referencia a las Bienaventuranzas?

Monseñor: – Es una pregunta muy interesante. Hay muchas respuestas pero voy a dar una:

Saben que hay cuatro Evangelios; hay tres Evangelios de cierta naturaleza y otro que es de otra naturaleza; tres Evangelios que se llaman Sinópticos y el Evangelio de San Juan. La otra noche dije que los elementos de organización de la sociedad eran: los Reyes, los Sacerdotes y los Profetas. Que la organización es Real; el Sacerdocio es la oración y la Presencia Divina; y el Profetismo es la sociedad humana y todas sus actividades.

Cuando el Cristo vino al mundo y se hizo hombre, entró en los estratos más profundos de la humanidad y se hizo Rey, Sacerdote y Profeta. El Evangelio de San Marcos es el Evangelio del Cristo Real; el Evangelio de Lucas es el Evangelio del Cristo Sacerdote; y el Evangelio de Mateo es el Evangelio Profético. En estos tres Evangelios se ve al Cristo hombre, mientras que el Evangelio de San Juan es el Evangelio de Dios que se hace Hombre, del Verbo que se encarna. En los Evangelios hay tres partes para el hombre y una para Dios: eso marca la distinción entre Juan y los otros. Y en el Sermón de la Montaña el Cristo dice al hombre: Eres profeta, tienes toda la capacidad para develar el destino, puedes vivir él la sociedad humana. Es normal que esto se haya desarrollado más en el Evangelio profético que en el sacerdotal o en el real.

Daniel: – Cuándo decimos que el hombre está condicionado por lo exterior, es decir, lo que es ajeno a sí mismo, ¿eso incluye la naturaleza?

Monseñor: – ¿Hablas de la Creación? ¡Sí! También incluye la Creación.

Daniel: nosotros estamos determinados, pero nuestro destino en el pensamiento de Dios es que no seremos más determinados. Por el momento, Él dice: Con esos condicionamientos, con esas determinaciones, caminen por el camino de la realización.

Eva: – Los Santos son una clara demostración de que uno puede liberarse.

Cuando se nos dice que todos tenemos un ser santos, se nos dice eso.

Daniel: – Pero la dificultad consiste en que la mayoría de los hombres, en la cual me incluyo, somos sensibles a los afectos exteriores que nos condicionan. La única solución sería sensibilizarse a lo interior y a lo espiritual, que es lo que nos daría la libertad.

Monseñor: – ¡Eso es! Es lo que vamos a ver esta tarde. Porque el Cristo sabe muy bien que estamos condicionados por todos los afectos del mundo exterior e interior y da los medios para liberarnos.

Eva: – En ciertos medios científicos se dice que la sal es nuestro enemigo.

Hay un solo elemento Monseñor: – No en el mundo que no sea potencialmente enemigo o potencialmente amigo. ¿Conocéis la historia de la mujer de Lot? Miró hacia atrás y se convirtió en estatua de sal. Hay toda una exégesis que dice que es un castigo; pero San Ireneo dice: “¿Qué es la mujer de Lot? Es la imagen de la Iglesia que mira hacia atrás y llora a sus hijos, y se convierte en Sabiduría”.

LA VIDA INTERIOR

Vamos a retomar San Marcos (5, 13-16): es la INTRODUCCION DEL CRISTO MISMO A LA ORGANIZACIÓN DE LA VIDA INTERIOR.

“Vosotros sois la sal de la tierra. Más si la sal pierde su sabor ¿con qué se la salará? Ya no

sirve más que para ser tirada fuera y pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del

mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco sé

enciende la lámpara para ponerla debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que

alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres,

para que vean nuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre de los Cielos.”

Antes de enseñar cómo se realiza la organización de la vida interior, el Cristo plantea una interrogación fundamental: ¿Qué pensar de aquellos que lo siguen a la montaña y qué concepción nos conviene tener de nosotros mismos, cristianos? Y esta concepción es: “LA SAL Y LA LUZ”, el hombre es la “sal y la luz”. Es decir que ustedes son libres de los condicionamientos exteriores. O si prefieren, se puede decir de otra manera: ustedes son hijos de Dios.

Nuestra acción en el mundo tiene como base esta libertad y no estamos condicionados, ni por los acontecimientos exteriores, ni por las pasiones interiores. El eco de estas palabras está en los Apóstoles Pedro y Pablo. Por ejemplo en la primera epístola a los Corintios, San Pablo dice: “Todo me está permitido, pero todo no es útil”. Es decir: todo me está permitido, pero yo no me entregaré a ningún poder, ni siquiera al poder de un ángel. Y el apóstol Pedro dice: “Sometes a toda institución humana a causa del Señor; actuada como hombres libres y no como hombre que hacen de la libertad un velo para su maldad”. Porque podemos convertir a la libertad en un velo de la iniquidad. Y el apóstol Pablo, una vez más, dice: “Que toda persona se someta al poder establecido, por razones de conciencia”. Resumiendo, esto es muy simple: el Cristo dice: Actuada libremente, en conciencia y a causa de Dios. No se debe vivir solamente a causa de Dios, o con conciencia sino con las dos cosas juntas; porque conciencia sin Dios lleva a la muerte, y Dios sin conciencia es una esclavitud.

Este axioma: “libres, en conciencia”, es muy difícil de hacer comprender, y de hacer admitir a los cristianos mismos. Una vez en Francia tuvimos un presidente general – no sólo ustedes tienen generales – que se llamaba Carlos de Gaulle y en las liturgias, como ustedes saben, se reza por los que gobiernan. En esa época se rezaba, pues, por el presidente Carlos. Un día un médico vino a una de nuestras iglesias y cuando la Liturgia terminó me dijo: ¡Cómo! ¿Ustedes rezan por el general de Gaulle, ese sinvergüenza?” Le contesté: “Nosotros rezamos por los que nos gobiernan, nos gusten o no nos gusten”. “¡Ah no!, Exclamó, “si ustedes rezan por de Gaulle, yo no vengo más”. Entonces yo le dije: “Había un abogado africano en el siglo III que se llamaba Tertuliano y que escribía el emperador de Roma: Tú nos persigues, no nos das derechos civiles, somos ciudadanos de segunda categoría, pero nosotros los cristianos rezamos por ti. Y no creas que rezamos por ti porque queremos obtener ventajas; ¡no! Rezamos por ti porque tu oficio es difícil y para que seas un buen emperador”. Y el médico contestó: “¡Admito! Recen por los que nos gobiernan, ¡pero no los nombren!” (Risas).

El Cristo proclama fuertemente: Que los condicionamientos exteriores no os definan. Dios creó la humanidad libre, creadora, consciente de esta libertad y esta libertad permanece en vosotros aún en el seno de las determinaciones más profundas. En el Sermón de la Montaña, que prepara la reorganización de la humanidad, el Cristo pone la libertad ante todo. Y por encima de todo, lo expresa diciendo: “sal de la tierra y luz del mundo”.

El Cristo dice: “Los hombres no creerán, pero al menos al ver nuestras buenas obras glorificarán al Padre de los Cielos”.

La conciencia de esta libertad es tan eficaz que obliga a los otros hombres no cristianos a glorificar al Padre de los Cielos.

El Cristo no nos lleva aún a transformar los condicionamientos exteriores, no los ignora, ni los desprecia, pero quiere absolutamente que los hombres que han sido creados libres sepan que lo son. Esto franquea los condicionamientos del alma y los espíritus adormecidos, y el hombre que cultiva esta libertad personal sube hasta las entrañas divinas.

Una vez leí un informe de un soldado bolchevique, que durante la revolución soviética había asistido a una escena extraordinaria que había transformado completamente su vida: la ejecución de cuatrocientos presbíteros, que puestos en fila eran ejecutados con un tiro en la sien y caían directamente en la fosa preparada al lado de ellos. Ese soldado contaba que al final de la fila había un obispo que bendecía a cada uno en el momento en que moría; y no había ninguna hostilidad en ninguno. Ver la libertad de esos hombres era algo realmente perturbador.

Y leí también sobre otro caso en Rusia soviética: había un comisario político que había ordenado matar a muchos cristianos y era muy hostil al cristianismo como ideología; al cabo de un tiempo dijo: “Hay algo que no puedo soportar en los cristianos: no es tanto su ideología, sino la manía que tienen de amarnos a pesar de todo”.

Esta mañana dije también que el discípulo del Cristo debe distinguirse del mundo por esta libertad; y si no se distingue por esta libertad, no solamente es un hombre dudoso, sino que hará que los otros hombres no puedan recibir la revelación ni la paternidad divina. La actitud de Tertuliano, que cité antes, convirtió al imperio romano: porque en el siglo IV, estadísticamente, se calcula que había más o menos un 15% de cristianos en el imperio romano, y el imperio tuvo que pedirles a los cristianos que colaboraran. Y con el imperio marxista ruso sucederá lo mismo que con el imperio romano porque, en el fondo, se van a convencer por las buenas obras. Allí donde esta “libertad-programa” es proclamada, el mundo en que se la ejerce no está lejos de darse vuelta. Y pienso que es nuestro único proselitismo posible, el único argumento que tenemos los cristianos y en eso somos realmente infalibles. Pero, adquirirlo es un trabajo de galeotes.

¿Conocen la lucha de clases? Por ejemplo, ¡el padre Jacques se pasa todo el tiempo luchando con el obispo! (Risas).

Y bien, la lucha de clases es una pesadilla. ¿Qué es una “clase?» Es el condicionamiento exterior extremo. Se establece así la lucha basándose en el más exterior de los condicionamientos, y es una pesadilla de la que nunca se obtendrá nada: es la lucha en lo más bajo.

Hay una historia rusa que puede ilustrar esto muy bien y que se produce un poco después de la revolución soviética. Un monje se inclinó ante un comisario político y el comisario dijo: “Muy bien, monje, tú veneras la patria soviética” y el monje contestó: “¡Oh no! ¡Para nada! Yo venero la imagen de Dios en ti”. Y el comisario dijo: “Pero yo no creo en eso” y el monje: “¡Creas o no creas, la imagen está!”.

Es la actitud del hombre como “sal de la tierra y luz del mundo”, una actitud que debe ser visible. Esto quiere decir: entierren la sal de la tierra en todo, introduzcan la luz que es algo que está por arriba, en toda contemplación. El hombre gana así la libertad sagrada (y no la libertad pretexto) y cuando esto es visible, el mundo cambia. Y recuerden que de la Iglesia primitiva las gentes decían: “Miren cómo se aman”.

En los Hechos de los Apóstoles se cuenta que un señor Ananías y una señora Safira habían vendido sus campos, y después de guardarse un poco de dinero, dieron el resto a la comunidad cristiana. ¿Saben qué les pasó? Se presentaron ante el Apóstol Pedro y murieron. ¿Porqué? …… No porque pusieron el dinero en el banco…… Murieron porque hirieron esta libertad por la que el Cristo dio su vida, y renovaron así el pacto con el diablo. En ese momento ocultaban su destino del mundo bajo el velo de la hipocresía. Es como decía el Cristo a los fariseos: Ustedes son unos hipócritas, tienden un velo entre el hombre y la vida, y ya no es posible vivir. Por eso murieron Ananías y Safira. Porque si la luz no es visible, no hay paternidad, porque si la sal perdió su sabor la Iglesia del Cristo será pisoteada. Si la contemplación, la actitud o el comportamiento de ustedes es el de un hijo, Dios aparece; si no, queda oculto. Si la experiencia de ustedes no es libre – y para que sea libre es preciso que venga del corazón – la acción de los otros hombres los va a destruir.

“No penséis que he venido a abolir la Ley de los Profetas. No he venido a abolir sino a

cumplir. Sí, os lo digo: el Cielo y la tierra pasarán antes que pase un “iod” o un ápice de la

Ley sin que todo suceda. Por lo tanto, el que quebrante uno de estos más pequeños

mandamientos, y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos;

en cambio el que los observe y los enseñe, ese será grande en el Reino de los Cielos”.

(Mat.5, 17-19).

El Cristo, después de hablar de la libertad del hombre, ve las trampas que hay en lo que acaba de decir. Y entonces dice cómo organizar el interior del hombre para manifestar que el hombre es “sal de la tierra y luz del mundo”, es decir, cómo liberarnos. Pues el Cristo no se engaña, y expone al mismo tiempo la meta y los medios para alcanzarla. En primer lugar, analiza las trampas. El Cristo dijo: “Sois sal de la tierra y luz del mundo”, sois libres”, y ¿qué le ocurre al hombre a quien se le dice eso? Puede envanecerse, enorgullecerse y decir: Soy el centro del mundo, el núcleo de todo, soy la luz, el polo de atracción y, así, insensiblemente comienza a rechazar a los demás en la sombra y la oscuridad, y sobre todo a despreciarlos. Insensiblemente empieza a decir: Soy libre, hago caso omiso de los condicionamientos y todo me está permitido. Por eso, inmediatamente, el Cristo dice: “No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas”.

Es preciso comprender esto muy bien. Cuando se nos anuncia – y es el Hijo de Dios quien lo anuncia- que somos libres, pensamos inmediata y fácilmente que nada nos ata. Entonces el Cristo precisa: “Hay que realizar la Ley y los Profetas”. ¿Qué es la Ley y los Profetas? Debemos hablar un poco de esto ya que el Cristo habla. Se trata de la Ley de Moisés y de los Profetas de Israel, pero esta expresión es muchísimo más amplia y supera la simple Ley de Moisés y los Profetas de Israel. ¿Qué es la Ley? Son todas las leyes de la naturaleza, todas las leyes positivas sobre las que se asienta el mundo. Por ejemplo: la de la gravedad. Pero es también las leyes de los ambientes humanos: las leyes de los políticos, de los gobiernos, etc. o sea además de las leyes del universo y de los cuerpos, las leyes del arte, de la ciencia, de las matemáticas, de la medicina, y hasta leyes que surgen del pensamiento humano y de las emociones humanas. Sí, hay leyes que han surgido de las emociones humanas: por ejemplo el evolucionismo. ¿De dónde proviene? No es una necesidad científica, sino que proviene del sentido de justicia. Luego los hombres olvidaron que el sentido de justicia era el origen, aplicaron el evolucionismo al mundo e hicieron una ciencia llamada positiva.

Cuando el Cristo habla de la Ley, habla de todas las leyes. Pero, habla también de los Profetas, y además de los Profetas de Israel, Jeremías, Isaías, etc., habla de toda la profecía humana. ¿Qué es la profecía humana? Son las creaciones de los hombres, sus inspiraciones, sus ideales, sus pensamientos, el arte, las aspiraciones, las culturas, las sociedades en todas sus ocupaciones.

Es decir que, habiendo declarado la libertad surgida de la sabiduría y de la inteligencia, el Cristo subraya con fuerza: No penséis que he venido a derribar las leyes de la naturaleza, a destruir las leyes de humanidad. No he venido a destruir, sino a realizar mejor y más profundamente, hasta el fin.

En la época del Cristo había un emperador llamado Tiberio, que era el tirano más sanguinario y loco de toda la historia de Roma, y ¿acaso el Cristo dijo una palabra contra él? ¡Nada! ¡Es curioso!

En el fondo el Cristo dice: Vosotros los hombres que sois sal de la tierra y luz del mundo, no sois destructores de nada, ni de las leyes de la naturaleza, ni de vuestro medio, ni del determinismo físico, psíquico o espiritual, ni de la evolución del pensamiento filosófico, ni de la evolución del mundo científico, sino que debéis libre y conscientemente aceptar los condicionamientos exteriores que son condicionamientos legales a veces totalmente provisorios y condicionamientos proféticos que son los del devenir. Supongamos que vamos a Mongolia, o a un ambiente campesino, o intelectual, es decir a un lugar que no nos es habitual. Es preciso encontrar los determinismos que vamos a encontrar, los modos de existencia, las mentalidades, las conductas, las reacciones, no debemos ser originales. Por ejemplo: yo soy francés, y los franceses son un poco estúpidos en el campo culinario y en todas partes del mundo piden bifes con papas fritas… Pero lo que quiero decir es que respeten, honren, y entren en el medio ambiente, porque ese es el método de la Encarnación: “estamos con”. Respeten las leyes porque son leyes, y respeten el destino de los ambientes en que están porque son destinos. A menudo, en Francia, tengo que ir a hablar en lugares sospechosos, que no huelen bien: espiritistas, espiritualistas, o en medios masónicos donde hacen magia. ¡Eso huele mal! ¡Huele a hoguera! ¿Qué hago? Llego como obispo, digo lo que tengo que decir, pero respeto el medio en que me encuentro y eso permite que estén atentos, pues se sienten respetados en lo que son. Como el Cristo en las bodas de Caná que estaba como todo el mundo. Y Monseñor Jean decía que en Caná de Galilea el Cristo hizo su más grande milagro, porque –decía- el milagro no fue transformar el agua en vino, porque era perfectamente capaz de eso, sino que el milagro fue haber tenido la paciencia de quedarse hasta el final” (risas). El Cristo estaba en el ambiente, en el medio de los otros.

Entonces, somos imitadores del Cristo, nuestra vocación es convertirnos en hijos de Dios, somos sal y luz, y estamos en los ambientes del mundo para realizar sus leyes y su profetismo, de una manera total, plena, entera, hasta sobrepasar esas leyes y dinamizar ese profetismo. Cuando el Cristo camina sobre las aguas no destruye las aguas, pero camina sobre ellas.

Lo que el Cristo dice con respecto a la realización no solamente concierne a los medios sociales, económicos, o a las grandes líneas generales de la vida, sino a todos los detalles, porque en el versículo 18 dice: “ Yo os digo la verdad, los cielos y la tierra pasarán antes que pase un “iod” o un ápice de la Ley.” Se trata del problema del deber: deberes cívicos, familiares, profesionales. Hay que realizarlos sabiéndose libre; no por necesidad, o por obligación, sino para cumplir, para realizar. Estén en su familia, por ejemplo, como hijos del Padre de los Cielos, es decir, libres. Un cristiano no está atado ni por familia, ni por la sociedad, ni por el estado ni por nada: tampoco por la Iglesia, ni por ningún absoluto. Vamos a leer San Mateo 17, 24-27 para mostrar que no estamos ligados por nada.

“Cuando entraron en Cafarnaún, se acercaron a Pedro los que cobraban el didracma y le dijeron: “¿No paga vuestro maestro el didracma?”. Respondió: “Sí”. Y a llegar a casa se anticipó Jesús a decirle: “¿ Qué te parece Simón? Los reyes de la tierra ¿de quién cobran tributo o tasa, de sus hijos o de los extraños?” Al contestar él: “De los extraños”, díjole Jesús: “Por tanto libres están los hijos. Sin embargo para que no les escandalicemos vete al mar, echa el anzuelo y el primer pez que salga, tómalo, ábrele la boca y encontrarás un estáter. Tómalo y dáselo por mí y por ti”.

Es todo nuestro tema. Somos libres de pagar o no pagar. ¿Qué dice el Cristo? Paguemos para seguir su ley, para no escandalizarlos.

Y otro ejemplo: Un hombre que quiere consagrarse a Dios puede abandonar a su padre, madre, su mujer, sus hijos, su cuenta bancaria, ¡todo! Pero siendo verdaderamente libre y no haciendo de la libertad un pretexto, porque no somos libres para destruir la familia; debemos aceptar libremente los condicionamientos del deber, de la familia, de las leyes.

Es todo el problema de la conciencia del deber cristiano. Al entrar en cualquier medio (y el medio en que entramos inmediatamente es el de la familia), al tomar cualquier compromiso en la existencia (un compromiso profesional, familiar, amistoso, asociativo, etc.), uno se compromete no a destruir, sino a hacer algo mejor. Es una de las cosas que dicen el estado soviético actual los cristianos bautistas: “Tú hiciste una ley, es la ley de la libertad religiosa para todos los grupos del imperio, y tú no aplicas tu ley; pero nosotros, los cristianos bautistas, somos buenos ciudadanos soviéticos, trabajamos por lo menos tan bien como los otros, pagamos los impuestos, no hablamos mal de ti… aplica pues tu ley”.

Aceptamos la ley hasta la más pequeña letra, y las líneas y los trazos, hasta el último detalle. Un discípulo del Cristo vive “con”, con las ideas generales y con los detalles completos. Y si ustedes miran de cerca, ven que las ideas generales o las grandes líneas del mundo son el reflejo del Ministerio de la Encarnación. El Hijo de Dios vino a experimentar a la humanidad hasta en sus detalles y la experimentó tan bien que la humanidad ni siquiera notó que estaba ahí. No le dijo a los periodistas: “¡Vengan, miren!”, se hizo hombre como todos los hombres. Y la realización de los detalles ¿de qué es el reflejo?” Del Ministerio de Pentecostés. Porque en Pentecostés el Espíritu Santo sobre cada detalle, todos somos detalles – Jorge es un detalle, el obispo es un detalle, todos somos detalles.- El verdadero crítico es el Espíritu Santo; y Pentecostés de la crítica absoluta.

Clara – Monseñor emplea el término “crítica” a sabiendas; tiene el sentido de discernimiento, de precisión, de distinción de las cosas.

Monseñor – Sí, quiero decir que pone cada cosa en su lugar. La tendencia verdadera de la crítica es esa. Ya sé que hay otro estilo de crítica que ustedes conocen bien. Había una viejita en el sur de Francia que decía a Monseñor Jean: “Monseñor, si no se puede criticar al vecino, ¿qué se puede hacer en la vida?” (Risas). Este es otro tipo de crítica.

Pentecostés es la crítica absoluta, y la Encarnación del Verbo es la experiencia absoluta. No tener en cuenta las leyes es despreciar la Encarnación; y no tener en cuenta los trazos de la letra, los detalles es despreciar Pentecostés.

A propósito de cómo realizar mejor sin destruir, debemos notar que hay dos posiciones en el comportamiento con respecto a la familia, a la sociedad o a los deberes. Por ejemplo, uno se opone a la familia: es falso en el marco del Sermón de la Montaña. Pero hay otra posibilidad: uno se va, no se opone a la familia pero la deja. Si uno se opone, destruye; pero si uno se va, respetando perfectamente sin destruir las leyes, está bien. San Antonio del Grande o Pablo el Simple dejaron su familia y se convirtieron en grandes monjes, y eso es legítimo. Antonio el Grande cuidó y ayudó a sus padres hasta que murieron y después se fue. Pero alguien puede dejar a su familia por rebelión ante la incomprensión y eso es mucho menos legítimo porque esa acción no es libre. Toda rebelión, toda resignación, no son libres y nos encadenan: son dos actitudes no cristianas porque no están de acuerdo con la Creación. Si adoptamos rebelión o resignación, ¿qué hacemos? Aumentamos la longitud o la magnitud de los tiempos. Las revoluciones por ejemplo aumentan la longitud o la magnitud de las experiencias sociales, políticas, económicas. Las revoluciones son un enorme factor de progreso social, pero son un proceso sin fin; y se puede también aumentar el número de las leyes que se da a la humanidad y la cantidad de profetismo, pero de hecho queda siempre algo por realizar. La rebelión ¿qué introduce? : la separación y la tiranía. La resignación ¿qué introduce? La confusión.

Con la ley y los Profetas realizamos desde adentro y todos los elementos de resignación y de rebelión son ilegítimos. Se puede inventar un juego: sobre una mesa se pone un clavo, la rebelión; y en la otra punta otro clavo, la resignación; se tiende una cuerda entre los dos y la cuerda se usa como un arco; y se busca la solución en otra parte. Este es el arte de utilizar las debilidades.

El Cristo después dice: “El cielo y la tierra pasarán”. ¿Qué son el cielo y la tierra? Son nuestro siglo, o nuestro ciclo, todos los ciclos de la existencia del mundo; nuestro cielo y nuestra tierra tienen sus leyes y el cristianismo ante cualquier trabajo, función o acontecimiento de este siglo no debe nunca ser ni fantasioso ni destructor; debe estar tenso para realizar, pero no realiza para sí mismo sino simplemente para realizar. Porque en el fondo toda cosa ha sido creada para ella misma; el cielo fue creado para ser cielo, la tierra para ser tierra, el hombre fue creado para ser hombre, el animal para ser animal. El hombre no fue creado para Dios, pues Dios no necesita servidores, es muy capaz de estar solo; el animal no fue creado para el hombre.

Todos somos creados por Dios, gratuitamente y sin necesidad, para nosotros mismos; y una vez que cada uno se ha descubierto a sí mismo, comienzan las relaciones con los otros. Lo que Dios quiere es que el hombre sea un hombre, Dios le dice: “Si quieres, tengamos relaciones, tú y yo”. Y todo el Sermón de la Montaña es para eso, para promover a la humanidad. Por eso un ingeniero deberá hacer conscientemente su oficio, un padre de familia, serlo lo mejor posible, un gobernador, gobernar lo mejor posible.

Hay una triple moral universal: una moral artesanal, realizar mejor posible su trabajo; una moral “ministerial” los presbíteros, funcionarios, cumplir lo mejor posible su función; y una moral intelectual que consiste en pensar y decir lo que es verdad. Pero nuevamente volvemos a encontrar dos trampas. La primera es la pereza: “¡tenemos a Dios en nuestro corazón y entonces podemos hacer mal el trabajo!”. Pero el Cristo dijo: “Tengo que trabajar”, y trabajó. Él creó al hombre, pero cuando vino al mundo se tuvo que habituar a vivir entre los hombres, y trabajó mucho para eso. La segunda trampa es la idolatría, es hacerse esclavo del trabajo, es hacer del trabajo algo absoluto. Uno puede dedicar toda su vida a hacer sombreros, pero eso no es absoluto…

Las dos actitudes: pereza e idolatría son opuestas, y ambas se oponen a la actitud minuciosa que pide el Cristo y que consiste en realizar hasta el detalle, y para ese detalle, tomando en consideración el detalle pero sin apegarse a él. Es una lección admirable.

Los que dan toda su alma para realizar algo o convertirse en algo y tienen la mala suerte de lograrlo encuentran que detrás está el vacío y la desilusión. Los que realizan así su ideal, pueden tener tendencias suicidas o aún asesinas. Hay una buena parte de la civilización en que vivimos que realizó un determinado ideal del siglo XIX: la conquista de las energías del mundo de la materia, ¿y ven ustedes las tendencias suicidas y asesinas que hay detrás?

Como yo vivo mucho en la iglesia, a menudo veo una acción justa acompañada por un empeño inexacto que arrastra males psíquicos y a veces el fanatismo, o el abandono de las tareas.

El arte de vivir que propone el Cristo es realizar, cumplir los detalles, pero no pensar que es en propio beneficio. Por lo tanto hay que poner límites. No olviden que no es posible querer buscar algo en el mundo más fuertemente que Dios y que la actitud exacta con respecto a nuestros trabajos y deberes, funciones, búsquedas, consiste en realizar un poco mejor y después. Pero, no descansen todo el tiempo. San Lucas 17, 7-10 explica cómo: “¿ Quién de vosotros tiene el siervo arando y pastoreando y cuando regresa del campo le dice: Pasa y ponte a la mesa? ¿No le diría más bien: Prepárame algo para cenar, y cíñete para servirme hasta que haya comido y bebido y después comerás y beberás tú? ¿Acaso tiene que agradecer al servidor, porque hizo lo que le fue mandado? De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: Somos servidores inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer”.

No debemos de ninguna manera idolatrar el trabajo, ni nuestros pensamientos, ni nuestros sentimientos, ni nuestro deber con respecto de la familia, el estado o la profesión, pero tampoco debemos caer en lo impreciso, en lo difuso, en lo más o menos. El hombre que aplica la medida justa, que cuida los detalles sin pereza ni idolatría, encuentra su equilibrio, su lugar, y en ese momento las cosas se van a cuidar solas. Como dice el Cristo: “A cada día le basta su pena”.

P. Jacques: – Necesito una precisión sobre un pequeño punto. Usted acaba de decir que hay como dos excesos: o bien actuar de una manera excesiva y hacer demasiadas cosas, o por el contrario hacer menos por pereza o renunciar. Este equilibrio del que usted habló ¿tiene relación con el sentido bíblico y evangélico de las palabras Reino y su Justicia en San Mateo? ¿Esta palabra “Justicia” no corresponde mejor a la justicia de los magistrados a la palabra “Justeza”?

Monseñor: – ¡Eso es! ¡La Justicia es la Justeza ¡

Lo que yo quisiera que ustedes retengan, es esto. El Cristo dice: Realicen las leyes de los ambientes, y de los detalles, pero háganlo para esos detalles y no pensando en que lo hacen en propio beneficio. Sean para las cosas y al mismo tiempo no exageren porque las cosas pueden disponer de ellas mismas también.

De la misma manera los hombres piden a Dios: ¡Dios ocúpate de mí! y tienen la impresión de que Dios no se ocupa. Pero es necesario que el hombre piense por sí mismo, se ocupe de sí, y Dios lo deja para que encuentre su autonomía. Dios bendice pero no siempre ayuda.

P. Jacques: – Contrariamente al proverbio “El hombre propone y Dios dispone”, se debería decir: “Dios propone y el hombre dispone”.

La Justicia

Continuamos estableciéndonos en la Sabiduría que el Cristo enseña al hombre y el resumen de todo lo que vimos es la palabra del Cristo en Mateo, 5, 20: “Pues os digo que si nuestra justicia no es mayor que la de los fariseos y los escribas, no entraréis en el Reino de los Cielos”.

La cuestión se plantea así: ¿Qué es esta justicia de la cual es Cristo habla? Es el precepto más perfecto para la vida en este mundo, y su nombre está escrito en el corazón del hombre con letras de fuego, aunque se viva de diferentes maneras. La justicia de los fariseos es la de las apariencias y hay que sobrepasarla. ¿Cuál es entonces este precepto, el más perfecto, que sobrepasa la justicia de los fariseos? Podemos plantear la cuestión de la siguiente manera: Cómo los fariseos, nosotros hemos escuchado la Ley y, ¿qué es lo que falta? El Cristo dice: “Está escrito en vuestra Ley: No matarás, pero yo os digo que…”; o bien: “Habéis aprendido: Tú no cometerás adulterio, pero yo os digo que…”. La Ley es: No matarás, No cometerás adulterio, No cometerás perjurio, pero ¿qué falta?

Respuesta: – Vivirla, hacerla viva.

Monseñor: – Sí pero ¿qué falta en nosotros para hacerla viva?

Respuesta: – El amor…

Monseñor: – ¡No! ¿Cuál es la verdadera justicia?

Creo que la respuesta es: no tener en nuestra alma espíritu asesino.

Nuestra estrategia, siguiendo al Cristo, frente al mundo pecador, caído, a veces innoble o infame, consiste en: “estar CON”, “estar o ser PARA” y no “estar al costado” del mundo, juzgarlo, o estar por encima para dominarlo en el espíritu de Caín. Todo está condicionado por nuestra actitud interior y un movimiento del pensamiento o del sentimiento debe combatirse antes que llegue el acto exterior; porque los movimientos o los pensamientos son la fuente de nuestros actos exteriores. Es algo que deben acordarse el confesor y los que se confiesan. ¿Saben qué es la confesión? “Yo comí los dulces de mamá, y maté a mi suegra”… ¿eso es una confesión? Yo no sé que es más grave: si matar a la suegra o comer los bombones (risas). Porque si la suegra está muerta está en el paraíso y es feliz y ustedes se han liberado de una tensión (risas). Así, confiesan sus actos: “yo maté”, pero olvidan por qué mataron: porque cultivaron consiente o inconscientemente un alma asesina. No es el acto lo que cuenta, sino el sentimiento o el pensamiento, porque a menudo el acto es liberador, y el acto mismo lleva consigo la penitencia.

En Grecia se cuenta una historia de monjes: Había un monje que había vivido en el monasterio quince años, era un monje muy bueno y un día salió del monasterio, fue a la ciudad con una prostituta; luego volvió al monasterio. Entonces llegó el demonio, y mientras el monje caminaba hacia el monasterio, el demonio le preguntaba: “¿Dónde estuviste? ¿Qué hiciste? ¿No hiciste nada?”. Y el monje seguía caminando, “¿Y esa mujer? Y el diablo saltaba a su alrededor. Pero el monje siguió caminando sin contestar nada y sin hacerle caso. Cuando el monje volvió a entrar al monasterio, el demonio se había cansado; el monje cumplió la penitencia, y volvió a ser un buen monje. El acto había sido liberador, pero él había sabido guardar su alma, y esto es lo interesante.

Yo les recomiendo: confiésense. El interés de la confesión es rastrear en nuestro interior los movimientos del alma. No confiesen los actos, los pensamientos son los que cuentan. Tomen como criterio, no la conciencia, sino los mandamientos de la Ley de Dios y fíjense si tienen un alma asesina o no.

En Francia recibí una confesión de alguien y encontré que era una confesión extraordinaria. Era una mujer y me dijo: “Hay dos mandamientos, amarás a Tu Dios con toda tu fuerza, con todo tu corazón y toda tu alma y amarás al prójimo como a ti mismo. Yo amo más a mi marido y a mis hijos que a Dios”. Fue una confesión magnífica, ¿comprenden por qué? Pues dijo exactamente dónde estaba su alma, su corazón.

El hombre que ha adquirido interiormente una verdadera actitud hacia el mundo exterior o frente al mundo exterior es inatacable. Y la verdadera actitud, lo repito, es suprimir todos los movimientos asesinos. Y haciendo el bien con miras a adquirir la caridad, a adquirir nosotros mismos un corazón amante. No se trata de “hacer el bien” a otros, pues nunca es seguro que se hace el bien. Un ejemplo: En París tenemos mendigos, me digo: “ Voy a hacer el bien y dar un franco al mendigo”. Entonces él va a comprar una botella de vino, se emborracha y sale haciendo eses por la calle: pasa un auto, quiere evitar al mendigo, hay un accidente, y tres muertos (risas). ¿Dónde está la caridad? ¿Dónde el bien? Pero yo he dado, y el beneficio es mío: yo he abierto mi corazón dando. Este tipo de cosas nos modelan un corazón amante. Hay que hacer el bien pidiendo perdón a Dios al hacerlo: eso nos abre el corazón y saca de nosotros el espíritu asesino, aunque eso acaree catástrofes a los vecinos. Esta es la primera actitud.

La segunda actitud debe ser conforme a la justicia de que habla el Cristo, es la hipocresía consiente. Esta es para nuestra alma una conquista de la caridad anti-asesina, porque la hipocresía inconsciente es siempre una pérdida del alma. Un ejemplo: Había un monje que detestaba a los hombres, no los podía soportar; entonces el abad del monasterio lo puso a la puerta del monasterio para recibir a los que llegaban y cada vez que llegaba alguien, él debía decir: “¡Qué contento estoy de verte! ¡Qué Dios te bendiga!”. Esto trabajó en su alma y por último un día estuvo contento de verdad: había suprimido la irritación que es un aspecto del alma asesina. Ese día el abad lo sacó de la puerta y lo mandó a hacer otra cosa: era hipócrita, pero conscientemente.

Hay otra historia de monjes: Había dos monjes que se detestaban, (es un caso común). Uno de los monjes tenía un discípulo y le dijo: “Ve a ver al otro monje y dile ¡qué es un puerco! El discípulo obediente, respondió: “Sí, padre” y fue a ver al otro monje y le dijo ¿Sabes? Mi padre espiritual me envía para que te diga que te pide perdón por todo lo mal que ha hablado de ti y por toda su hostilidad”, y el otro le contestó: “¡Bueno, al fin! ¡Ve a decir a tu padre espiritual que efectivamente él es un puerco!, entonces el discípulo volvió a su padre espiritual y le dijo: “He dicho al monje lo que me enviaste a decir y él dice que te pide perdón por todo lo desagradable que ha dicho de ti”. Y así varias veces. Un día los dos monjes se encontraron y se reconciliaron. ¿Ven? Esto es hipocresía consiente. Y podemos hacerlo con nosotros mismos: es una hipocresía con un fin práctico.

Para esta conquista conviene cultivar la paciencia, y en un momento dado la caridad se instala totalmente en el corazón y uno se hace naturalmente caritativo.

Un ejemplo histórico: En París durante la liberación de la ciudad, de los alemanes, había un zapatero a orillas del Sena, y frente a su negocio un soldado alemán fue herido y el zapatero lo llevó con él y lo cuidó. Resulta que el hijo de ese mismo zapatero había sido muerto por los alemanes poco tiempo antes. Llegó un amigo y le dijo: “¿Y eres tú quien lo cuida?”. – “Sí” – respondió – “podría ser mi hijo”. Era un hombre que tenía la caridad natural y espontánea.

Hay muchas instituciones de caridad que fallan en su finalidad porque hacen la caridad sentimental, la hacen para alimentar su alma en lugar de hacerla para adquirir la caridad natural.

Lo que quiero decir es una cosa relativamente simple: la justicia de que habla el Cristo y que sobrepasa la de fariseo es la de suprimir en nosotros el alma asesina; ustedes saben que se es un asesino por el desprecio, por la indiferencia, porque uno no ve al vecino. Pienso que es el primer precepto.

Esta enseñanza se apoya sobre el axioma: los actos exteriores tienen raíces interiores; por lo tanto si cambian su actitud interior, todo cambia. Hay una gran debilidad en los hombres, especialmente en los cristianos, que se obstinan en no comprender esta enseñanza y de ese modo se quedan en medias tintas.

Habiendo definido el carácter de su enseñanza, y mostrado a los hombres que están a la altura de su enseñanza, habiendo rastreado las trampas, el Cristo expone su doctrina y da el instrumento para transformar los condicionamientos. Vamos a leer el primer precepto (Mat. 5,21-26). Escuchen bien porque es todo lo que el Cristo dice para transformar esos condicionamientos. Hay cinco preceptos pero vamos a leer el primero solamente.

“Habéis oído que se dijo a los antepasados: “No matarás”; y aquel que mata será reo ante el tribunal” (Mat. 5,21).

Observamos una cosa: El Cristo expone esta doctrina con la de la Antigua Alianza. Y dice: “Habéis oído… pero yo os digo…”; es una alternancia entre la Ley y la Ley Evangélica. ¿Cuál es esta doctrina del Cristo? Es simplemente la justicia que sobrepasa la de los fariseos. Él expone su justicia. La idea central, que subyace en todo esto, lo repito una vez más, es que si ustedes realizan lo que dice el Cristo tendrán la felicidad, adquirirán el mundo y hasta lo transformarán, se transformarán ustedes mismos y no tendrán necesidad de penitencia ni de Redentor.

“Vosotros pues sed perfectos como es perfecto vuestro Padre de los Cielos” (Mat. 5,48).

Después que ha definido cómo sobrepasar su doctrina, no hablará más de la justicia sino de la práctica de la justicia: “Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres”. El Cristo expone cinco temas sucesivos que voy a decir: el primero es el asesinato, el segundo el adulterio, el tercero el juramento – es decir: sí o no: sí, sí, no, no – el cuarto es la no- violencia o la no-posesión y el quinto y el más perfecto ¿cuál es?

Respuesta: – El amor a los enemigos.

Monseñor: – ¡Exacto! Es el más difícil.

Retomemos el primer precepto. El Cristo dice: “Vosotros habéis aprendido, así ha sido dicho a vuestros antepasados: No matarás”. Y resumo: “pero yo os digo que el que se encoleriza contra su hermano merece ser castigado por el juez”. El Cristo es muy severo, nos coloca frente a la actitud de nuestra alma y además agrega: “Aquel que llame racha a su hermano (racha quiere decir estúpido) merece el tribunal supremo”; y luego una tercera vez indica: “Aquel que llame insensato a su hermano merece el infierno”. Como ven hay una evolución: el Cristo dice: “matar” que es fuerte, la “cólera” que es, ya, más fuerte, “estúpido” que es todavía más fuerte y “loco” que es el “summun” de la condenación.

¿Quién de nosotros no condena el asesinato? Se considera que matar es terrible; y entre nosotros ¿quién no se acomoda muy bien cuando mira a su hermano como un loco? Se considera que tratar a alguien de loco es un pequeño defecto o un juego inocente. En el fondo se piensa: “si suprimimos la maledicencia no hay conversación posible” (risas). ¿Por qué el Cristo hace un juicio tan severo de aquel que piensa en su prójimo es loco? ¿Por qué el Cristo dice que ése merece el fuego del infierno mientras que el que mata en un acto pasará sólo por un juicio ordinario? Se ve que el Cristo revierte los valores y dice: “apresúrense a mirar la raíz de las cosas, pero no consideren los resultados. Porque si matan, es que antes su alma ya contenía la cólera y si el alma está llena de cólera es porque se desprecia al hermano y si se desprecia al hermano es porque se lo considera un loco y uno se considera a sí mismo un sabio. Entonces, si existe el asesinato en el mundo es porque cada uno se considera sabio e inteligente y más sabio que los otros. Es una enseñanza ultra- simple.

Es indispensable examinar la raíz de los actos y volverse sobre sí mismo y para eso toda la tradición de los consejeros espirituales, de los Padres de la Iglesia, dirá, a tiempo y a contra- tiempo: “el pensamiento es más grave que el acto”. Esto tendríamos que escribirlo sobre la puerta de nuestra habitación. Si me dejan, voy a decir algo trivial: hay un lugar al que vamos todos los días, donde uno se sienta y no sabe qué hacer (risas), pongan el papel con esta frase en la puerta frente ustedes (risas) y veréis cómo el pensamiento entra (risas).

El Cristo dice en otra parte: “No es lo que entra en la boca del hombre lo que lo pierde sino lo que sale de la boca del hombre”. Conviene por lo tanto dirigir nuestra vida con el fin de transformar nuestra actitud con respecto al mundo. Y aquí insistimos profundamente: no es el mundo el que debe definirnos sino nuestra actitud la que debe cambiar el mundo.

Toda la tradición repite esto hasta el infinito y el Cristo lo resume así: “El sol brilla sobre los buenos y los malos, pero sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto”. ¿Saben qué es la perfección, de una manera concreta?

Respuesta: – Santa Teresa decía: “Ajustar su voluntad a la voluntad de Dios”.

Monseñor: – ¡Es eso! ¿Pero cómo explicamos esto a nuestra alma? Debemos decirle a nuestra alma: ”Amiga mía, ¡tu no entiendes nada! Pero te voy a explicar lo que es ajustar. Tu existes, ¡pero no exageres! (Risas). Es decir: establezcamos límites. Creo que la perfección es poner límites.

Entre ustedes hay muchos artistas o artesanos: el artesano sabe que la perfección procede del límite. Si quieren pintar un cuadro no van a pintar el mundo entero, van a tomar una tela, unos pinceles, un número de colores limitados, una técnica determinada y entonces harán la obra maestra. Esto por otra parte me permite hablarles de algo: si la perfección surge de los límites, está acompañada por algo que se llama belleza. La belleza también procede del límite: lo ilimitado no es bello.

Pregunta: -¿Puedo preguntar algo? Se dice: “Sed perfectos como el Padre de los Cielos es perfecto”, entonces ¿el Padre de los Cielos está limitado?

Monseñor: -¡Sí! ¿Dónde se limita Dios? Se limita en el hombre; Dios se limita en el “otro”. ¡Es extraordinario! Dios se limita para hacernos aparecer y la perfección, para nosotros, es lo mismo: nosotros nos limitamos para que haya un prójimo, para que haya otro hombre. El desprecio cubre al prójimo y éste ya no existe más.

Nuestras dificultades provienen del mundo exterior que dejamos entrar en nosotros y que empieza a actuar, nos condiciona y nos definimos frente a él y con relación a él. Toda Sabiduría práctica dirá: guarden sus pensamientos, guarden su corazón, guarden su boca, guárdense de la hipocresía. ¿Quién de ustedes no ha notado que un hombre puro es incapaz de ser impuro, que un hombre bueno es incapaz de ser malo, un hombre manso es incapaz de ser violento y un hombre alegre es incapaz de ser triste? ¿Por qué? Porque todos estos hombres han adquirido esas calidades interiores. Y, estando con el Cristo que dice: Guardad y adquirid esta justicia hasta el fin, el asesinato va a desaparecer totalmente. Es preciso subrayar estas cosas delicadas: es menos grave matar que despreciar, es menos grave que cargar el alma con cólera. ¿Por qué?

Respuesta: – Porque el desprecio queda dentro de nosotros…..

Monseñor: – ¡Sí!, ¡Eso es! El asesinato es un acto aislado, accidental, algunas veces liberador como dije al empezar. Pero el odio, o la raíz del odio que es el desprecio, o el desprecio consciente de su superioridad, engendra culturas y civilizaciones que perduran. Por eso el Cristo pone la raíz de las cosas exteriores, la raíz de la sociedad y de la cultura, en el interior de cada hombre y no en el exterior. Es el mismo lenguaje que emplea San Mateo (16,25): “Porque quien quiera salvar su vida la perderá; pero quien pierda su vida por Mí, la encontrará”.

Esta enseñanza del Cristo vuelve como una antífona a través de todo el Evangelio. El respeto por el hombre, el reconocimiento de los unos y de los otros, nos conduce al comienzo de la Vida Eterna. El crisol de la transformación del mundo, el comienzo de la sociedad verdadera está en el interior del hombre. Y esto es verdad mística y prácticamente; nadie duda que sea verdad místicamente, pero se duda mucho de que sea verdad prácticamente (risas). Este método de respeto absoluto por el hombre ligado al reconocimiento de nuestro propio límite, conduce a la victoria sobre el mundo.

No sé si debo insistir sobre este tema. Tal vez sí. Voy a citar a un ejemplo vivido históricamente a propósito del desprecio y el asesinato. Había en Bruselas (Bélgica) un obispo ruso que yo conocí. Se llamaba Alejandro y murió hace más o menos veinte años. Cuando estalló la revolución soviética era presbítero en un pueblo de Rusia. En aquella época se detenía a los presbíteros y generalmente se los fusilaba sumariamente. Un día lo vinieron a buscar y fue empujado a la sala de la alcaldía del pueblo donde un comisario político escribía en su escritorio sin mirar a quién le habían traído. Entonces el presbítero tuvo unos instantes de respiro y se dijo interiormente: “¡Señor! El comisario es mi enemigo, me va a juzgar y dentro de poco seré fusilado. Tú dijiste “amad a vuestros enemigos” yo no sé lo que es amar al enemigo, pero te ruego, dame el amar a este hombre”. Sin duda, su oración era pura; dijo que en ese momento el se sintió invadido por el amor a ese hombre y esto fue tan poderoso que el comisario levantó la cabeza como si hubiese recibido un golpe y le dijo: “¡Fuera de aquí!”. El se fue a todo correr, y por determinadas circunstancias el presbítero se encontró en Occidente, emigrado y obispo. ¿Y el comisario político dónde estaba diez años después? En el monasterio del monte Athos: se había hecho monje y terminó su vida como anacoreta, los monjes del monte Athos lo enterraron y ahora hace milagros ¿Ven lo que es suprimir el espíritu asesino?

La raíz de las culturas y las civilizaciones es el crimen: si sacamos el crimen de dentro de nosotros es el comienzo de la renovación y transformación del mundo. Esta clase de ejemplos muestra que el método del Cristo es infaliblemente ganador y victorioso. Pero ¿cómo alcanzar esta actitud? El Cristo dice: “Muy bien, ponte de acuerdo inmediatamente con tu adversario mientras estás en camino, por miedo de que te entregue al juez, el juez a la justicia y la justicia te ponga en prisión”, es decir que uno llega – y esto es la consecuencia normal – haciendo abstracción total del propio juicio sobre el otro. Maxime Kovalevsky dice: “¿Qué es la cortesía? Es el prejuicio favorable ante alguien”. Esta actitud del Cristo no impide que el asesino sea asesino, no impide que un cretino sea cretino, y el criminal un criminal, pero los que practican este método suprimen toda reacción y producen la inversión de los valores.

Dice San Juan Crisóstomo: “Esta enseñanza es tan poderosa que no puede ser aceptada y comprendida y puesta en práctica fácilmente por la humanidad”.

Esta enseñanza es tan difícil de poner en práctica que el Cristo tuvo que enseñar otro método; y los griegos llaman a este método diferente: LA METANOIA, es decir: la penitencia, literalmente: la transformación del espíritu. ¿Qué quiere decir concretamente? Quiere decir que por la Muerte y Resurrección del Cristo y por nuestro despojamiento y por nuestra muerte pasamos por la puerta de la resurrección.

Pero el Cristo nos propone emplear el Sermón de la Montaña, y dice: si ustedes ponen en práctica este método, no tendrán necesidad de penitencia, pero si no lo ponen en práctica se colocan en el sistema de penitencias activas.

¿Cuál es el obstáculo más grande que impide entrar en la actitud del Cristo? Es muy simple: es la hipocresía con nosotros mismos. Tenemos un amor y al mismo tiempo una pequeña escapatoria en algún lugar. Y así no tenemos fuerza para entrar en la enseñanza del Cristo.

El Cristo coloca la transformación del ser humano con respecto al prójimo y no con respecto a Dios. Por consiguiente se puede decir que el pacifismo cristiano y la lucha contra toda guerra consiste en suprimir la cólera y el desprecio hacia el prójimo, y el resultado es infalible. El Cristo continúa y dice: “Si presentas tu ofrenda ante un altar y recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda ante el altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano y luego podrás ofrecer tu don”. Ustedes saben que el Miércoles de Cenizas se hace el rito del perdón mutuo: hay que ponerlo en práctica porque es el mandamiento de Cristo. Y aquí surge una pregunta ¿y si el hermano no acepta la reconciliación? Yo creo que todo debe estar listo en nosotros para la reconciliación, y si el hermano no la quiere, no es cosa nuestra: la responsabilidad es suya; pero nosotros debemos condicionarnos para la reconciliación. A menudo hay hermanos que nos detestan aún cuando no hayamos hecho nada, por ejemplo, por los celos, ¿Nunca les sucedió eso? Se los envidia o a veces no se acepta su benevolencia. Entonces, ante esos diferentes hechos, el Cristo de nuevo invierte los valores y dice: pide perdón a los que te odian y que te celan, considerando que tú eres el culpable. Esta inversión de los valores suprime los falsos juicios, suprime la justicia abstracta y nos obliga a centrarnos, no sobre nosotros mismos sino en nosotros mismos y entonces somos la luz que puede iluminar el mundo y la sal de la tierra.

Es un método que no tiene nada de sentimental, pero que cuelga un carbón ardiendo sobre la mesa de los enemigos, como dice el Apóstol Pablo. En el fondo, una de las grandes debilidades de nuestro cristianismo es no cumplir con este método. Si quieren convertirse en seres no-determinados hay que decir: los malos son los malos y nosotros somos más bien buenos. Pero ¿qué es lo que no hacemos? : los malos utilizan los instrumentos de la maldad pero los buenos no utilizan los instrumentos de los buenos. Y es curioso, porque los malos tienen sus instrumentos, los utilizan y son eficaces, y como dice el Cristo: “Los hijos de la luz son menos inteligentes que los hijos de este siglo”. Se puede decir ciertamente que un hombre bueno no sabe utilizar bien los instrumentos de la maldad; si ustedes no son intrigantes no sabrán utilizar la intriga, si no son asesinos no sabrán cómo matar, y si no tienen una lengua de víbora no sabrán bien como funciona eso. Pero nos falta instrumentar eficazmente en nuestro propio campo lo que otros instrumentan en su propio campo. No sé si han notado que muy a menudo los cristianos viven un poco hipócritamente, con un poco de vergüenza; un poco asesinos, lamentándolo un poco; odiando un poco, con algún remordimiento, y sin embargo la enseñanza del Cristo es muy simple: apunta hacia la felicidad en la tierra. Esto muestra que nuestra sal ha perdido su sabor y sala mal y que nuestra luz no brilla ante los hombres.

Creo que es suficiente. En todo esto he tratado de decirles que hay un arte de vivir y el corazón de este arte de vivir es que necesitamos definirnos desde el interior y nunca desde el exterior. Ahora voy a decirles algo más: si ustedes empiezan este camino –ciertamente muchos de ustedes ya lo han comenzado – descubrirán que no sólo está lo exterior y lo interior, sino que hay un tercer término ¿cuál es?

Respuesta: – Dios.

Monseñor: – ¡Sí! Pero no es un Dios hipotético, abstracto, sino un dios presente. Porque la enseñanza del Sermón de la Montaña es para la humanidad, para que seamos verdaderamente hombres. Y la cuestión de las relaciones entre dios y el hombre es otra cosa.

Pregunta: – Cuando uno se limita: ¿está en eso la perfección y la belleza?

Monseñor: – ¡Sí! Es exactamente lo que he dicho. Esto se puede expresar de dos o tres manera. Como constatación: el Cristo dice: “Sed perfectos como vuestro padre de los Cielos es perfecto”, y lo dice en un contexto donde se ve que la paternidad divina es perfecta porque permite aparecer a otro diferente de El mismo; para ser perfecta se limita, y así da lugar a otro.

¿Cómo aparece la perfección por el límite? El límite, en los planos concretos, psicológicos, espirituales, obliga a dejar lugar a otros: a un vecino, a otros pensamientos, a otras formas, y cuando uno deja lugar al otro, él adquiere una persona y uno mismo adquiere una persona, ¿no es así? La perfección es la escritura de la persona en el mundo visual, o sobre la madera, o sobre una plancha, etc. Es la relación de la persona y eso es lo se llama perfección.

Es un poco difícil de expresar. El Padre: una Paternidad es una fuente; pero una fuente puede estar seca y ser una fuente sólo potencial; pero si de la fuente se manifiesta algo, si sale algo que no es la fuente pero que viene de la fuente, en ese momento la fuente se hace perfecta, porque ha engendrado y ése es su trabajo, y al mismo tiempo se ha limitado; su perfección es a la vez su limitación y su fecundidad. Esto se aplica a todos los campos.

Lo que se llama la perfección es más exactamente la actividad de la persona. Somos aquí veinte o veinticinco, hay algo dentro de cada uno que es único, que ningún otro tiene, y que es absolutamente único e intransmisible, aunque nosotros no lo conozcamos. Y la perfección aparece cuando entramos en relación unos con otros dejando lugar a la expresión mutua; nuestra persona se puso en movimiento, fue hacia el otro, lo que prueba que hay un movimiento y una vida; es un fenómeno difícil de expresar. Es lo que se llama la “Hipóstasis” y la relación entre las Personas Divinas.

Expongamos la cuestión de otra manera: ¿Qué es lo que el Cristo realiza en el mundo? ¿Qué es lo que el Espíritu Santo realiza en el mundo? El Cristo es capaz, y no necesita al Espíritu Santo además, ¿no es así?. El Cristo puede hacer todo por El mismo ¿no? Es el hijo de dios. Sin embargo, el Espíritu Santo también realiza algo, pero no la misma cosa. El Cristo limita su acción y el Espíritu Santo también limita su acción; sin embargo son universalmente capaces y ese límite de la acción y la asociación de los dos los hace, a cada uno, perfecto. Y esto se puede aplicar a toda la relación entre los hombres. ¿Está claro?

¿Qué hace el Cristo en el mundo? ¿Cuál es su rol específico?

Respuesta: – Muestra lo que puede hacer la naturaleza humana.

Monseñor: ¡Sí! Pero no basta. El Cristo une las dos Naturalezas: la humana y la divina; y al mismo tiempo muestra lo que la humanidad puede realizar: une lo alto y lo bajo, lo interior con lo exterior, lo visible y lo invisible, Dios y la criatura, lo humano y lo divino. Y al mismo tiempo el Cristo da la plenitud a los que une: a Dios y al hombre.

¿Y el Espíritu qué hace?

Respuesta: – Vivifica.

Monseñor: – Sí, ¿pero qué quiere decir eso?

Respuesta: – Empuja al hombre para que llegue a la meta que el Cristo propone.

Monseñor: – Sí, está bien. Pero para ver más claro en nuestro tema se puede decir de otra manera.

Respuesta: – Personaliza, adapta a cada uno.

Monseñor: – Dicho de otra manera: en el interior de la obra del Cristo, el Espíritu Santo distingue cada detalle. Este es su rol específico. Él personifica. Pueden prosternarse toda la vida ante un icono, ante un crucifijo, y no pasa nada. ¿Por qué? Porque falta el Espíritu que va a poner en camino a cada uno; él da un nombre a cada uno, ése es su rol específico. El no viene a perfeccionar la obra del Cristo, que es lo que es: viene para dar el lugar a cada detalle. Se puede ver también de la manera siguiente: el Cristo une lo divino y lo humano; dio su vuelta, fue un éxito en su demostración, se fue, llevó a la naturaleza humana con Él, pero a nosotros nos dejó. Lo que el Espíritu hace es que nosotros nos hagamos Cristos, que nosotros también nos hagamos personas y podamos ser Cristos con Él.

Para volver al problema de la perfección: La perfección del Cristo es realizar su obra dejado que el Espíritu Santo cumpla la suya; y para nosotros los hombres la perfección consiste en realizar nuestro propio camino dejando que los otros millones de hombres realicen el suyo. Es entrar en relación y limitarse.

Por último la perfección es como un cuadro: se ponen los elementos, se los articula, y cuanto más entran en su lugar al tiempo que sirven a los demás – si se puede decir así -, más perfecto es el cuadro. Se puede decir que no hay arte sin despojamiento.

Clara: – Y Leonardo da Vinci decía con su lenguaje: “El arte muere de libertad y vive de limitaciones”.