Cartas pastorales Pascua

Carta Pastoral de Pascua 2016

a los clérigos y fieles de la Iglesia católica
Ortodoxa de Francia.

En este tiempo favorable sigamos al Cordero por donde quiera vaya. San Juan Bautista nos transmitió el poder de darle este nombre de Cordero.

Este Jesús sube ahora a Jerusalén con sus discípulos. Allí, en la Ciudad Santa, obedeciendo a su Padre – y – nuestro Padre, Él va a entregarse libremente a la muerte amarga.

¡Qué extraño es el trayecto que seguimos junto a los Doce!

Aquél que no conoce el pecado se hace pecado, experimenta el abismo, su sudor es de sangre, su Padre lo abandona.

¿Por qué Él se hace responsable de toda vida, de todo acto, de todo hombre? ¿Por qué burlado, golpeado, lívido, entregado, aniquilado, sofocado, rebajado a los límites de la creación, por qué desciende hasta los infiernos?

Él que creó todo y que colocó al hombre como «corona» de esta creación se deja tragar y devorar por el abismo durante tres días.

Él se escapa a nuestros ojos y nuestros oídos se cerraron a su grito: «¿Padre, por qué me has abandonado? » Él se deslizó en la muerte corporal. Incapaces de haber avanzado para poder seguirlo, Lo descendemos, con José y Nicodemo a la tumba vestido con una mortaja, y ahora, Le lloramos.

¿Por qué este abandono, este despojo, esta destrucción hasta el fuego infernal, en los límites de la creación? ¿Por qué Él se ha dormido sobre la cruz y se ha entregado sólo a la amargura diciéndole a los suyos: « Donde Yo estaré, ustedes no pueden venir.»?

¿Por qué? Nosotros lo sabemos. Él lo había anunciado.

Por su abnegación Él va a recorrer todo el camino de las tribulaciones de la humanidad y de cada hombre venido desde Adam hasta el fin de los tiempos.

Él, nuevo Jonás, va a quebrar las cadenas y las potencias extranjeras.

Él va a aplanar las montañas del orgullo y a colmar los valles de la ignorancia.

Él va a unir la creación a su realización en la Jerusalén celeste.

Él va a expulsar al enemigo de los siete rostros de todo embargo sobre los hombres.

Él va, habiendo así cumplido todo como hombre, – Él, hombre de dolor y hombre nuevo – habiendo asumido todo deber y recibido todo poder, va a permitir a su propia Divinidad resucitar, restaurar, rehacer al hombre y a la humanidad.

Habiéndolo seguido hasta el sepulcro, sabiéndolo solo en los infiernos, saltemos de alegría con Adam y toda su descendencia reconociéndolo ahora en la fracción del pan sobre nuestro propio camino de Emmaüs.

Porque nosotros estamos aquí, por Él y en Él, más allá de toda tristeza y de toda angustia.

Cristo Resucitó, Alléluia.

Vuestro fiel y alegre,
Germán, Arzobispo

Carta Pastoral de Pascua 2015

a los clérigos y fieles de la Iglesia católica
Ortodoxa de Francia.

¿Quieren llegar a conseguir la alegría al final de esta Cuaresma? ¿La verdadera alegría…?

Mézclense a los apóstoles, los doce, y sigan al Cordero por donde quiera que va. Lo escucharán decir: «He aquí que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre debe sufrir mucho…, lo matarán, y al tercer día Él resucitará» (Mateo 16, 21).

Él los llevará. Él les hará conocer, al paso litúrgico de la Semana Santa, la prodigiosa revelación de la abnegación tal como nuestro Dios se entrega y la realiza. Recuerden y vuelvan a leer el comienzo del libro del Génesis. Allí encontrarán que Dios renuncia a Sí mismo y crea dando lugar al otro, a la humanidad. Se retira de Sí mismo, Se abre, y el hombre, con toda la Creación, se eleva. Dios desciende y el hombre sube.

Llegado a Jerusalén, animado por ese mismo y extremo movimiento de renuncia y de donación, Jesús sube voluntariamente a la Cruz y se inclina hacia la tumba. Aquél al quien hemos visto recién nacido en la gruta, Aquél que descendió al seno de la Virgen, Ése mismo, Lo vemos muerto y sepultado.

Ahora Él desciende aún más bajo, a los infiernos, donde Juan el Precursor Lo precede. Despojado, muerto, sin vida, inclusive sin sangre, el más bello de los hijos del hombre se encuentra:

«en los infiernos por Su alma, en la tumba por Su cuerpo, en el Paraíso por Su espíritu,
junto con el ladrón, en el Cielo, con su Padre, del que nunca Se separó.»

Luego de ese despojamiento vertiginoso, como último don, Él se levanta. Y resucita, regenerando, purificando y liberando a toda la naturaleza humana de todo peso y toda esclavitud.

En Su tumba vacía están los ángeles. Ellos han presenciado su abnegación, el descenso al sheol.

No lo entienden, pero prefieren amar sin comprender. A esa tumba vacía vienen las mujeres para ayudar. El asombro y la estupefacción las invaden. Luego las siguen dos apóstoles: uno de ellos cree, el otro no comprende y duda.

Y nosotros, tristes, dispersados con los discípulos y desilusionados por la gran tribulación de Getsemaní y de la Cruz, nos alejamos de la tumba y de la ciudad cruel. En ese momento el Resucitado nos recuperará, nos explicará las Escrituras y hará que nuestro corazón arda dentro de nosotros.

Que vuestro gozo sea perfecto en este día de la Pascua del Señor.

Ella los reinsertará a ese fruto del Árbol de la Cruz, y ustedes Lo bendecirán en el templo de su corazón y alabarán a Dios cantando:

«Cristo resucitó de entre los muertos; por la muerte venció la muerte».

Vuestro fiel y bendiciente,
Germán de Saint-Denis

Carta Pastoral de Pascua 2014

a los clérigos y fieles de la Iglesia
Ortodoxa de Francia.

Bienamados míos:

Puede que en esta Cuaresma las actividades de vuestro ser exterior se vean disminuidas a fin de, contrariamente, dar lugar al acrecimiento de las de vuestro ser interior, alejándose así de los condicionamientos y determinismos propios de nuestros tiempos y nuestro mundo.

En ese caso, el ayuno, la limosna y la oración, que son por excelencia las tareas a que puede entregarse el hombre interior, les darán la capacidad de seguir al Cordero (el Cristo) por doquiera Él vaya.

¿Y dónde va este Cordero, el Maestro, el Señor de nuestra vida?

Voluntariamente, Él va hacia la Pasión, a la muerte en la Cruz, a la Resurrección.

– A la Pasión, donde Él siente las disoluciones y las anarquías del ser creado.
– Al abandono de la Crucifixión, donde Él gritará: «¡Padre, por qué me has abandonado!»
– A la superación de todos los condicionamientos y todas las sujeciones por la Resurrección.

Analicemos ahora, bienamados míos, nuestro tiempo y nuestras obras.

Seguramente sabrán y verán cómo y cuánto se instalan dos tiranías:

La de la banalidad y la indiferencia entre individuos sometidos a volverse iguales los unos a los otros en algún aspecto, tanto sea físico, psíquico o espiritual.
– La del aislamiento narcisista en que cada uno se convierte en esclavo de sí mismo.

Ustedes, que son hijos de la Iglesia, esta virgen del templo de Israel con la que el Resucitado se compromete y toma por esposa, ante esas dos tiranías seguramente pueden discernir:

En la de la banalidad, el odio a la Ortodoxia de la Fe y del Conocimiento de la Verdad.
– En la del aislamiento, la soledad, el abandono, el fruto venenoso de un corazón seco y sectario, la pérdida anti-católica del corazón fraternal.

Comprenderán un poco y admirarán la Pasión de ese Jesús que siente los dolores nacidos del odio, y que con Sus brazos abiertos reúne bajo esa Cruz desde los cuatro confines, a todos los que están aislados, perdidos y desviados.

Podrán ustedes entonces tomar cada uno su propia cruz y seguir al Cordero.

Esta cruz les ahorrará el sufrimiento y el abandono que sufrió Él, que vino para experimentarlos por Sí mismo y aniquilarlos.

Esa cruz restituirá en ustedes la relevancia de la Ortodoxia, el gusto del conocimiento, el gusto de Dios.

Ella les permitirá abordar, con todos y con todo, todo eso que viene de las cuatro direcciones del universo, los temas verdaderos de la época y los misterios de la Salvación que viene de Dios, lejos de toda metafísica enfermiza, lejos de los supermercados de los consumos materiales y espirituales de nuestra época.

Ante la vista de la Cruz encontrarán ustedes una salida a la pérdida de esa libertad encadenada por las pasiones y percibirán una esperanza, que juntos podremos encontrar, y hasta experimentar: la Luz del Cristo, las luces de todas las sabidurías y de la naturaleza. Entonces florecerá en ustedes el ascenso irreprimible del canto de la victoria sobre la muerte.

¡Cristo Resucitó! ¡Alleluia!

Vuestro bendiciente obispo,
Germán de Saint-Denis

Carta Pastoral de Pascua 2013

a los clérigos y fieles bien amados de Dios de la Iglesia Católica
Ortodoxa de Francia.

Por la mañana de la Resurrección, el primer día de la semana (San Juan introduce así el misterio de la Pascua del Señor), María Magdalena corre hacia Simón Pedro y hacia el otro discípulo, el que Jesús amaba! Ella les dice: «¡Se han llevado al Señor de la tumba y no sabemos dónde Lo han puesto»!

Entonces ambos discípulos corren juntos hacia la tumba. Juan corre más rápidamente, llega primero y ve inclinándose las vendas aplastadas pero no entra. Simón Pedro llega luego y entra; él ve y no comprende. Entonces Juan entra también, ve de nuevo y comprende todo.

Sépanlo, amigos míos, esta escena rápida (ellos regresan en seguida a sus casas) ilumina el misterio que funda la Iglesia. ¿Entonces? Sigámoslos sin vacilar al anuncio de aquélla que fue la primera en constatar la Resurrección. Corramos nosotros también a la tumba litúrgicamente, interiormente. Porque tal es el impulso de nuestra alma de discípulos, su espontaneidad, que ama a Dios como Simón Pedro o que sea amada por Dios como Juan.

Los discípulos corren juntos por cierto, sin embargo van y ven de otro modo. Simón Pedro va como el primero entre los Doce para constatar el acontecimiento y Juan va personalmente, como aquél que, en la Cena misteriosa, descansaba en el pecho de Jesús y fue iniciado al más grande de todos los misterios.

Son dos discípulos que corren, dos llamados a trabajar juntos como trabajaban juntos el Hijo y el Espíritu Santo, estos dos que vienen del Padre para salvar el mundo. Toda obra bella en el mundo – y la Iglesia es bella – dice San Ireneo, está hecha por dos personas unidas para realizarla. Corramos de este modo juntos por la mañana cuando todavía reina la oscuridad, corramos como discípulos movidos por el amor hacia Dios y por el amor de Dios hacia el hombre.

Descubriremos entonces, alados como Juan por el amor de Dios por todo hombre, que somos más rápidos en el movimiento y en el misterio que por nuestro amor y nuestro deseo de Dios a semejanza de Simón Pedro.

Sin embargo en el camino histórico, el nuestro, o en el de la Iglesia entera, habrá que esperar por el cumplimiento previsto y preparado por el movimiento de Dios hacia el hombre, movimiento rápido porque Él amó primero. Habrá que esperar que nuestro movimiento hacia Dios nos introduzca primero en el santuario (la tumba) y que nos haga celebrar en el altar los misterios de la vida eterna.

De este modo Juan cede el lugar a Simón Pedro para la presidencia del santuario y entrará después de él. Así Pedro se introduce primero en el santuario, detrás de la cortina, allí donde la piedra es quitada, por la puerta real que es la entrada de la tumba, al santo de los santos. Pedro es «el príncipe de las entradas», sin comprender, mientras que Juan comprende primero y se lo dirá a Pedro. En el cumplimiento de los misterios, en el camino histórico de la Iglesia, Pedro es el primero en religión mientras que Juan queda retirado, deja a Pedro contemplar y dirigir sin comprender todo. Con esfuerzo este Simón Pedro es lento para escuchar y captar. Juan comprende sin esfuerzo, primero en la carrera y en la iniciación completa. Él le dirá la palabra a Pedro como lo hizo en la Cena y Simón comprenderá a su turno y será justificado en su esfuerzo.

Cada uno de nosotros representa tal vez a Pedro y a Juan juntos. Sin embargo unos serán más bien Simón Pedro y otros más bien Juan. Si Pedro predomina en nosotros o hasta tiene todo el sitio hay que hacerlo entrar primero y Juan esperará el momento de su entrada personal.

Esto es la representación de un gran misterio que funda a la Iglesia y que los Padres subrayaron: Dios no cumple nada sin que el hombre no Le haya abierto la vía, ni Se lo haya permitido y esbozado o realizado primero. La humanidad debe permitir primero la acción divina cultivando el deseo de Dios, aquí el deseo de la Resurrección.

Nos asombramos de esperar tanto tiempo la realización de las promesas divinas. ¿Por qué es tan largo? Porque Dios, como Juan por la mañana de Pascua, se detiene, deja de correr y espera al hombre, Simón Pedro, de carrera lenta. Cuando Pedro haya entrado, entonces Dios le mostrará por Juan el cumplimiento del misterio…y Dios y el hombre regresarán juntos.

Amigos míos de la Iglesia, corramos juntos hacia el Resucitado, hagamos el esfuerzo humano con Simón Pedro, recibamos luego con Juan la revelación plena de la Resurrección y marcharemos entonces, juntos con el Cristo, hacia el reino donde Dios será todo en todos.

Amigos míos de la Iglesia, corramos juntos hacia el Resucitado, hagamos el esfuerzo humano con Simón Pedro, recibamos luego con Juan la revelación plena de la Resurrección y marcharemos entonces, juntos con el Cristo, hacia el reino donde Dios será todo en todos.

Vuestro fiel y bendiciente
Germain.

2012

2011


2010