Homilías-Conferencias

HOMILÍA de PENTECOSTÉS

Mgr Germain, Obispo de Saint Denis

En nombre del Padre, del Hijo y del Santo Espíritu,

La Ascensión de la naturaleza del hombre es cumplida por el Cristo. Con Él, la humanidad entró en el seno de la Divina Trinidad. En seguida que esto es realizado, las entrañas divinas se abren de nuevo y el Espíritu Santo, el Paráclito, desciende al mundo.

Soberanamente, en este día, Aquél que es totalmente anónimo, vino a revelar y comunicar al hombre lo que el Cristo escondió.

El Hijo de Dios que acabamos de ver elevarse, con los Apóstoles que levantaban los ojos mirándolo partir de allí, es la plenitud, la verdad. En él contemplamos todo y aún más que todo: al Dios perfecto y al Hombre perfecto.

¿Pero qué nos escondió? Siendo la Verdad, Él muestra al Padre, Fuente, Padre celeste, pero Él escondió su divinidad. Hemos tocado su humanidad, pero Él no quiso que su divinidad se revelara.

Entonces hoy, el Espíritu Santo, Espíritu de Dios, viene soberanamente a comunicarnos el gusto de la divinidad, el gusto de Dios.

¡Oh! amigos míos, abran el corazón para recibir a este Anónimo, y verán suceder en ustedes un acontecimiento fulminante: el Espíritu es familiar a nosotros, y viene para acostumbrarnos a Dios. Y si, como dice Basilio el Grande, lo invocamos sin cesar porque estamos en el desorden, el desorden del corazón esencialmente, Él nos envuelve y nos penetra de divinidad. Y Él hace que, a través de esta divinización, esta penetración divina sutil, colmados de dulzura celeste, podamos entender quiénes somos. Porque, inmediatamente, Dios se va a alejar para decirle al hombre: “es a ti a quien Yo amo, tú, el hombre”. Hoy, ustedes, los hijos de la Iglesia, están en el Espíritu, enteramente bellos.

La belleza está inscrita en ustedes, porque Dios ve al hombre bello, no lo ve bien, sino bello. Y si esto comienza a realizarse, no hay más posibilidades de destrucción ni de acusación.

Ustedes podrán indignarse, pero no serán más acusadores. No hay más que uno sólo que acusa y no se indigna: es aquél cuyo corazón es frío. Pero hoy, no queda nada que no sea portador de renovación. Este Espíritu que nos otorga el gusto de Dios, renueva el exterior y el interior.

Hagamos la pregunta: ¿Qué hizo el Cristo en el mundo, qué es lo que realiza el Espíritu Santo en el mundo?

Cristo localizó a Dios. Aquél que es más vasto que todo se hizo uno entre los otros. Se hizo hombre, en Jerusalén, con un destino histórico limitado, y le dio a Dios un nombre, una reputación en medio de los hombres. Él trastornó el mundo por la reputación de este Hijo de Dios.

El Espíritu introduce a los hombres, no solamente a la humanidad, en el seno de Dios; y Él da al hombre una reputación en el seno de la Divina Trinidad.

Fulminante destino del hombre: tener un nombre en Él que nombra, tener un sitio en Quien contiene todo y donde no hay lugar, entrar en la intimidad empujado por Aquél que no tiene nombre, que es perfectamente anónimo entre los suyos. Porque tenemos tres Dioses y solamente un solo Dios. Nos hacemos de su raza a su semejanza.

Les suplico, prueben este fuego divino que nos da el nombre entre los Dioses. Y, si es posible, a través de este destino único y fulminante de la humanidad, no tengan la sombra de una acusación que puedan llevar en su corazón, sobre lo que vean y oigan en el exterior de este Fuego, indignados. Porque ¿para qué sirve la indignación por el mundo? Y que tampoco exista en ustedes la sombra de una acusación sobre su propia insuficiencia.

Somos de la raza de Dios por el Espíritu Santo.

A Él la gloria a los siglos de los siglos.

¡Amén!

El Banquete escatológico

o la hospitalidad Divina

Monseñor Jean de Saint Denis

En nombre del Padre, del Hijo y del Santo Espíritu,

La Iglesia ya nos había dado a meditar esta parábola en el 2° domingo después de Pentecostés, con el fin de subrayar el aspecto eucarístico: el evangelio de este 2° domingo es el evangelio de los misterios eucarísticos a través de los tiempos.

Hoy, la Iglesia retoma el mismo relato pero según otro evangelio, pues la Iglesia camina hacia el cumplimiento escatológico del fin de los tiempos, hacia los tiempos apocalípticos.

Los padres de la Iglesia, como Gregorio de Roma y tantos otros, disciernen en este Banquete, tres olas o tres movimientos. Primero vienen los primeros servidores que el Rey envía para buscar a los invitados: no tienen éxito. La segunda ola de servidores tampoco tiene éxito: hasta son maltratados. Finalmente dice: «El Rey se irrita, envía su ejército, para hacer perecer a esos asesinos y quemar su ciudad».

La primera ola de servidores representa a todos los profetas del Antiguo Testamento, de ese largo período que precede a la Encarnación del Cristo, pero el mundo permanece indiferente, preocupado por las cosas terrestres y no quiere reconocer su vocación de unión con Dios.

La segunda ola de servidores simboliza a los Apóstoles desde los tiempos apostólicos, desde el tiempo de Cristo hasta el fin de los tiempos. Es decir a todos los apóstoles cristianos y también, de cierta manera, a todos nosotros que Dios envía al mundo para hacer el llamado a este Banquete al cual Él nos convida. Y el mundo los maltrata y nos maltrata.

La tercera ola, es un ejército, y sabemos que desde el punto de vista de las Escrituras, «ejército» designa el mundo angélico. Esta tercera ola sobrevendrá al fin de los tiempos, los ángeles descenderán para destruir la ciudad que rechaza a Dios.

¿Qué podemos criticarles a los invitados que no vinieron? ¿Pecados personales? ¿Debilidad? ¡No! porque el mismo Evangelio dice: « trajeron al Banquete a buenos y malos». ¿Entonces cuál era su pecado esencial? ¿Por qué se desinteresaron por Banquete? ¿Por qué esta cólera divina?

Los invitados declinaron la invitación divina únicamente por el deseo de ocuparse de sus asuntos, de sus campos, de su matrimonio…

El enemigo del misterio eucarístico es la preocupación por el mundo, pues el mundo no tiene el deseo de Dios. Dios invita y responden: ¡No! ¡no tenemos tiempo! Tenemos muchos otras cosas que considerar: obras sociales, culturales, pensamientos filosóficos, científicos, políticos, etc.

Así es como en todo el universo la humanidad está tan absorbida por las «cosas» que hay que cumplir, que renuncia a su vocación esencial que es la de ser esposa de Dios y de ir al Banquete nupcial.

Podemos observar que los grandes objetivos en la vida no impiden particularmente la evolución espiritual, sino más bien la solicitación permanente de las cosas secundarias, la distracción, porque, debemos reflexionar bien: ¡todas las cosas que hay que hacer, los campos están siempre allí! Y cuando un Rey invita a su Banquete, podemos abandonarlos, hasta abandonar a la familia, los asuntos, la política para los cuales reservamos tiempo. Son las pequeñas las cosas que nos retienen.

La tentación más grande de nuestro tiempo – de todos los tiempos – es precisamente dejarse distraer. Todos son llamados, pero la humanidad está tan distraída, tan dispersada por las bagatelas cotidianas – importantes en apariencia – que no siente el deseo de decir: ¡Sí! Y sin embargo, cada Eucaristía que celebramos nos ofrece las primicias de esta invitación divina: «Todo está listo, el ternero graso está servido». El hombre que busca las Beatitudes, la felicidad, sólo tiene que decir : «Vengo».

¡«Hay muchos llamados, pero pocos elegidos!» anuncia Cristo en el Evangelio, todos nosotros estamos llamados, pero es elegido sólo el que responde, como María: «¡Sí!».

Encontremos pues el tiempo, veamos de nuevo nuestra escala de valores, encontremos un sitio en nuestro corazón, en nuestra existencia para un sí ardiente, sí soy libre, vengo al Banquete del Rey.

¡Amén!

3er. DOMINGO DE PASCUA
«El GOZO»

Monseñor Jean de Saint Denis

Homilía inédita

En este 3er. domingo después de Pascua, el evangelio celebra la ascensión real hacia el Padre, el nacimiento a una Alegría nueva

Así como el Adviento y la Cuaresma, el tiempo pascual celebra también un domingo de la Alegría y por el mismo motivo: ¡la proximidad del Señor!

Su partida inminente (la Ascensión) esconde su regreso no menos inminente bajo una forma totalmente nueva.

Como los discípulos, debemos pasar del conocimiento indispensable del Cristo histórico, exterior a nosotros, limitado en el espacio y el tiempo, al conocimiento del mismo Cristo glorificado e interior a nosotros por el Espíritu, siempre presente a través del espacio y el tiempo.

Debemos pasar del conocimiento carnal y psicológico: conocer al Cristo como los apóstoles en Galilea, a conocerle ahora por la historia, los documentos y los testimonios, para pasar, pues, del conocimiento carnal al conocimiento espiritual, es decir conocer a Jesús-Cristo como Dios, por el Espíritu-Santo, La Divina Liturgia, la caridad y la amistad con los miembros de la Iglesia.

Es el paso de la economía del Verbo encarnado a la economía del Espíritu-Santo, el paso del “testimonio de la sangre” (la carne y la sangre históricas) al “testimonio del agua” (signo de Vida divina: el agua y el Espíritu).

Son dos economías, dos testimonios, dos conocimientos que nunca hay que separar, pero que no hay que confundir en absoluto. Este paso, nunca acabado hasta la hora de nuestro nacimiento al cielo, es comparado por Cristo con un parto largo.

Este 3er. domingo después de Pascua canta el dolor transfigurado en Alegría, en el nacimiento del nuevo Hombre, el nuevo Génesis del mundo.

Y el tiempo que lo hace germinar es ese «poco tiempo». tan ligero, tan fugitivo: ¿haremos del simple reloj de arena un tiempo que huye y fluye en vano o bien la germinación de un ser viviente llamado a dar fruto abundante, un fruto que permanece? Tal es el sentido de nuestra peregrinación terrestre.

Podemos contemplar de antemano lo que nos propone el evangelio del 4to domingo después de Pascua: el anuncio profético del Espíritu de Verdad.

El Espíritu Santo viene para transmitirle a cada uno, de manera personal y siempre nueva, las tres obras que el Cristo realizó de una vez por todas y para el universo entero.

1ra. obra del Cristo – El Evangelio: el Espíritu-Santo nos vuelve a poner en memoria, interiormente, tal como un profesor particular maternal, nos lo hace asimilar bajo su inspiración, es por eso que es nombrado “Paráclito”, es decir literalmente el Intérprete, el Abogado, el Consejero;

2da obra del Cristo – La Eucaristía y los sacramentos: el Espíritu-Santo transforma los Santos Dones, como contribuyó con el Padre y el Hijo a transfigurar el Cuerpo crucificado en Cuerpo glorioso, es por eso que hacemos la Epiclesis u oración de llamada al Espíritu-Santo;

3ra. obra del Cristo – la Iglesia: El Espíritu – Santo la anima desde adentro con el fin de hacer la comunión de los Santos, la Santa Iglesia, y no una sociedad o una institución como otras; es por eso que se llama Ecclesia (es lo mismo que Paraclet y Épiclèse que provienen del mismo verbo griego que significa «apelar», «convocar»).

Podemos afirmar que sin Espíritu-Santo nuestra lectura del Evangelio y nuestra fe, nuestras liturgias y nuestra oración, nuestra Iglesia y nuestra caridad, corren el peligro de calcificarse y de cerrarse, de caer en el adoctrinamiento, el ritualismo o el fanatismo clerical o laico.

Con el Espíritu-Santo, todo cambia porque Él es Aquel que llena todo y transforma todo, nos hace caminar en la verdad entera a partir de la economía pascual del Dios-Hombre: el Cristo.

A Él, la gloria en a los siglos de los siglos. ¡Amen! ¡Amen!

El Buen Pastor

Monseñor Jean de Saint Denis

Presencia Ortodoxa n ° 16 – p. 212

En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo…

Podríamos hacernos la pregunta: ¿por qué nosotros, cristianos del siglo XX, nos instalamos aún sobre imágenes que no están acordes a nuestra vida?

¿Quién de nosotros encuentra en su vida pastores o rebaños?

¿Para qué conservar en nuestra religión estas imágenes de pastores, de ovejas que no pertenecen más a nuestra época tecnológica, sobre todo para los hombres de ciudad que ni siquiera distinguen las estaciones del año?

¿Es arcaísmo inútil? No sería preferible, en lugar de nombrar a Cristo: el «Buen Pastor», llamarlo por ejemplo: «Führer», «Presidente», o lo que sea…

¿Por qué razón conservar esta «pastoral» romántica? Es particularmente indispensable hacernos esta pregunta en nuestra época.

Los símbolos, las imágenes, los iconos encierran » lo eterno», inclusive si nuestra civilización cambia. El simbolismo está grabado instintivamente en nosotros, ya sean imágenes o formas.

Los símbolos de la oveja, del pastor no son primitivos o caducos; ellos conservan su valor.

Cuando consideramos los símbolos: un pastor, un báculo de pastor, estamos tocando un símbolo perenne que no ha caducado, grabado en las profundidades de un pueblo…

Desde la aurora de la humanidad, las Escrituras nos señalan dos tendencias, dos actitudes en el hombre; ellas se reunirán en Cristo porque, Cristo no es solamente el Pastor; la Biblia nos presenta por un lado una civilización y una mentalidad pastoril: Abel, y por otra parte un espíritu sedentario, atado a la tierra: Caín.

Rabelais aunque fuera cura no era infalible, estaba equivocado; su relato de los corderos de Panurge es inexacto: las ovejas conocen su nombre y a su pastor.

Es en este hecho que Cristo basa su Evangelio subrayando que Él es el Buen Pastor y que nosotros somos sus ovejas, pero también su rebaño, juntó la palabra «razonable «, es decir consciente, un rebaño consciente, no inconsciente, arraigándonos así en una visión simbólica y real del destino del mundo.

De pronto el Cristo declara: «El Buen Pastor da su vida para sus ovejas… Yo soy el Buen Pastor». ¿De qué pastor habla? ¿Del pastor histórico? El pastor histórico es el icono del Pastor eterno, porque Abel es el primer sacrificado, el primer mártir.

Cuando Cristo dice que da su vida, piensa en su muerte como Buen Pastor, releliga al martirio esta cosa oprimente que no se puede definir, a esta cultura libre, contemplativa, consagrada a conducir los rebaños a los pastos.

Los salmos – tan a menudo cantados entre los Protestantes: «El Señor es mi pastor» del salmo 23 y 80: «Presta oído, Pastor de Israel», manifiestan hasta que punto todo se se sostiene en la Biblia cuando se penetra sobre un modo concéntrico. Ezequiel 34, Jéremías 31, Isaías 44, Mateo 9 y 26, Pablo en sus epístolas en Timoteo y a los Hebreos, la 1era epístola Católica de Pedro, entre otros aseguran este enlace de los salmos con la estructura de la profecía.

¿Cuál debe ser la actitud de una oveja del rebaño cristiano, deseosa de seguir a Cristo?

Acaso Él no añadió: «¿Todavía tengo otras ovejas que no son de este redil»? Cristo hace la pregunta sobre los que están en la Iglesia y los que no están allí. Cristo no dice que debemos traer estas ovejas, sino: «Yo debo traer a las que no son de este redil».

¿Entonces, cuál debe ser nuestra conducta? Nunca perder de vista que la plenitud del rebaño, de los que pertenecen a la Iglesia y de los que no están allí, se cumplirá cuando todos seamos reunidos.

Nosotros no somos la totalidad, somos sólo una parte. ¿Qué significa esto?

Esto nos obliga a permanecer fieles al mensaje de la Iglesia, a no someterla a las «corrientes de aire del mundo», sino al contrario permanecer en el redil y, fieles a este redil: la Iglesia, fieles a la voz de nuestro Pastor, el Cristo, sin olvidar que los otros deben venir para que podamos decir nosotros somos el rebaño único.

Aquí se interponen dos problemas falsos: querer reunir a los que están fuera de la Iglesia sacrificando a los que están en el interior, o, creer que estando en el redil podemos burlarnos de otros ya que estamos los salvados y los otros pueden perderse.

La parábola del Buen Pastor nos da la verdadera tonalidad: miembros del rebaño del Cristo, sin embargo, no somos el único rebaño.

Es una actitud de respeto hacia los «diferentes a nosotros» y, simultáneamente fidelidad y firmeza con el fin de evitar los elementos exteriores, susceptibles de penetrar en el Divino Redil.

Es la lucha contra dos peligros: el fanatismo: «nosotros somos todo!» o el liberalismo: «queremos hacer la obra del Cristo».

¡Cuánto quisiéramos que el Evangelio fuera un solo Rebaño bajo un solo Pastor!

¡A Él sean el honor y la gloria por los siglos de los siglos!

¡Amén!